domingo, 13 de marzo de 2016

El defecto mariposa.

He puesto en fila india todas las veces que me equivoqué
para aplicarles un durísimo castigo que comprenda:
la lapidación pública
la cadena perpetua
la muerte de pena
o que no comprenda nadie jamás
que mis errores son míos
pero los comete otra
que las cosas buenas que he hecho
son de cartulina y 2010
y no sirven para nada
(venga, dilo).

He dicho adiós a todos mis desaciertos
como quien saluda a un viejo amigo
como quien sabe que volver no es tanto una elección
como el cierre del círculo
y que el mundo es redondo
y que la historia es cíclica
y que un abrazo es un rodeo
para llegar más tarde a no volver a verse.

Todas mis canciones de despedida se acaban
titulando lo siento
incluso cuando me voy porque ya no me quieren.

Cómo explicar que la culpa me ayuda a dormir por las noches.

Supongo que asumir un error siempre tuvo más que ver
con entender y aceptar el desprecio ajeno
que con reconocer y abrazar
un punto de partida
y arreglarse.

jueves, 3 de marzo de 2016

Testamento.

Me gustaría invertir la parte sana de mi cerebro en la industria de la plastilina infantil. Mi aritmética cintura se usará para enseñar matemáticas a chicos que no atienden en clase porque prefieren dibujar. Mi voz estará destinada a desaparecer.
Quiero que guardéis mi boca en el baúl de los tesoros del niño que fue Raúl. Que dosifiquéis mi risa en cápsulas para que mi madre nunca vuelva a tener ganas de llorar. Mi moflete izquierdo paliará el hambre en la África profunda y el derecho en la Asia Occidental. Puede que mi estúpido pelo no dé para bufanda, pero forra con él tus orejeras, Lucía: te prometo que jamás volverás a pasar ruido.
Dejo mis manos a nombre del aplauso eterno que seguiría siendo insuficiente, papá.
Al contenedor de plástico, mi ego; mi amor propio, al de cristal. Podéis alquilar mi tóxica imaginación o subarrendarla bajo contratación previa, con la única condición innegociable de que sólo sea utilizada en maleficio propio.
He dejado bajo la cama todas las páginas que me obligásteis a pasar, las cartas que fingí nunca escribir, los papeles que recuperé y un boceto en el que he maldiseñado mi clavícula como un perchero con florecillas para que colguéis mi primera chaqueta de cuero y se la deis a quien me abrazó el doce de abril de dos mil once a las siete cincuenta y tres.
Sintetizad y reproducid mi último llanto y erradicad para siempre los síntomas de la atopía. Arrojad mi piel a los gusanos a los que les guste la carne más bien cruda. Usad mis uñas para la lucha contra el tráfico de marfil.
Regalo mis primeros 18 años a cualquier persona que de verdad se quiera morir. Limpiad mis recuerdos y hacedlos polvo o Peta Zetas, y donad mi memoria a la investigación de la cura para el Alzheimer.
Lo que sobre se incinerará y será íntegramente destinado al mantenimiento de la playa de mi barrio. Y mis ojos para M, por si acaba rompiendo todos los espejos o alguna vez olvida lo que yo aprendí sobre la suerte.