lunes, 18 de julio de 2016

La velocidad del pistacho.

Me gustan mis ojos marrones como
el ron barato
el mar cuando ya es demasiado tarde
o una tarde cuando aún estás a tiempo.

Marrones como
la guerra del Perejil
los desiertos del Sahara claritos
como las intenciones
y todo lo que no es literatura.

Marrones como
zapatos gastados de andar
una orilla, una elección, una caída
y despertar
el sitio donde van las cosas que nos dijeron
y parecían ciertas.

Marrones como
patios andaluces
una carta más vieja que antigua
una sustancia que mezclada con agua cura.

Marrones como
una estampida de gacelas
la tercera cosa de cada cosa de septiembre
las manos sucias de hacer lo que les gusta.

Marrones como
problemas adolescentes
un miedo, un abrazo, una luz
y una canción de los Fitipaldis.


lunes, 11 de julio de 2016

Martes, julio, saturno.

Ahora hay un cristal
donde antes había besos, canciones, tiritas con dibujos.
Un cristal, no una ventana ni un espejo
sólo un pensamiento atropellado al verte pasar por delante
'si echara a correr hacia a ti, chocaría contra un muro invisible'
y sería un golpe aprendiz
al que, debajo de todo, tendría que enseñarle yo
la cicatriz, el picor, la vergüenza
de no haber aprendido nada
nada
ni a ser un boomerang mejor
ni una mosca menos estampada en tu asco.

Ahora hay un cristal
grueso, seco, insalvable
como un cuchillo empuñado por la indiferencia.
Un ángulo muerto, desde el que me puedes ver
(zumbido, alergia o monstruo) y aún así
eliges ni mirar.
Un infierno transparente, porque hubo veranos peores.
Una lágrima opaca, sucia de todo lo que me callo.
Una rabia erosionada por la asfixia, enterrada bajo capas y capas
de piel muerta, carne viva y superhéroes
que las usan y las tiran
cuando ya no las quieren.
Un mar de plástico,
de medusa, alquitrán y cadáveres de rayuela
tan incómodo como todas las cosas que ya nunca podré explicar
porque no tengo voz de niña.