martes, 22 de diciembre de 2020

La retórica del 2020.

Repiquetean las campanas del carpetazo: ya es diciembre de 2020. 


Llegamos aquí, a veces como si hubiésemos alcanzado la Tierra Prometida tras 40 años vagando por lo árido, a veces como si nos hubiésemos teletransportado de un golpe en el tablero, arrasando con todo. Hay mucho en común entre lo repentino y lo implacable. 


Mi resumen de Spotify me cuenta que lo que más he escuchado este año ha sido llorar. La segunda posición es para mis dedos percutiendo teclados de instrumentos estériles, parando, únicamente, para apuntar hacia el culpable de todo. 2020, la basura de la basura, la mierda de la mierda, el pozo de la podredumbre. 

2020, como el molde de lo maldito. 2020, la manera asible de perimetrar la desgracia. Ese es el mantra más poderoso de nuestra historia.


Un año mental que convirtió abril en un infierno. Y, si se llenó de flores, yo no lo vi, yo no lo supe, yo no me senté en ningún banco de ningún parque. El invierno docemesino que nos encerró en un letargo conjurado por la magia más negra, durante el que permanecíamos vivos pero amortajados, adormilados pero padecedores del Síndrome de Charcot-Wilbrand*


Llegamos aquí, con la sensación de haber robado algo; con la certeza de haber sido a nosotros mismos, a esas otras versiones posibles que sí asistieron a fiestas, atracaron banquetes, y se embriagaron de bullicios y fragancias.


A nosotros: nos queda diciembre. El momento de talar los árboles extra que crecieron durante el exilio hacia dentro, ponerles luces y estrellas para señalar que algo siguió creciendo, en algún sitio. Intercambiaremos aguinaldos, pues si nos queda aún alguna cosa, sólo será entregable al resto. 


Tu resumen de Instagram contará que no hay más imágenes para ti, que se volverán nítidas las de siempre: las de nuestros hijos futuros sólo moldeados por un nombre distinto —ahora: si es niño, Pfizer; si es niña, Moderna— aún correteando por el jardín de nuestras preciosas casas, erigidas y firmes en Mañana, pues la cabeza está hecha de un material bastante duro.


Apartar de las 13, la mala uva. Apretar muy fuerte los ojos el segundo antes de escuchar a Anne Igartiburu anunciar el final del maleficio. Y voilà: estaremos en un mundo distinto. Nos miraremos con prudencia, tragaremos la saliva con un líquido dorado y burbujeante, no nos abrazaremos mucho.  Brindaremos, con terror y esperanza; y secretamente, por el año viejo.


2020: la inmudicia,  el desgarro, la fatalidad, la muerte, el infortunio, la cochambre, los despojos, la purra, la infelicidad y lo peor que nos ha pasado, todo junto, bien vallado. 2020: un muro, un contenedor, un límite, una cerca que separó bienseparado un mal año de una vida buena.



*El Síndrome de Charcot-Wilbrand es un trastorno que padecen las personas que, por el fallo de sus mecanismos clave, se dice que “han perdido la capacidad de soñar”.

miércoles, 16 de diciembre de 2020

La cordura.

Lo que tenían en común todos aquellos chicos
es que me mintieron.

El primero fue Chicho, que iba a clases particulares
lunes y jueves, pues se le atascaba la geometría
entre otras cosas, deformaba la realidad
los días que no iba, me contaba que sí.

Grumi le compró chucherías a Carlota Gal
uno de esos recreos en los que yo ya no tenía amigas
porque quise, y me compré un bollo, y dijo:
“yo cojo unas chucherías, me las como luego”
pero me comí yo el tuit de CarlotaG13 
con una foto enmarcada por ositos de colorines
ponía: Gracias, feillo, carita de vergüenza,
que a él nunca se le cayó de eso.

Años después, Rijo me contó que en aquella misma cama
había encontrado una cucaracha gigante la noche pasada;
era de madrugada y no éramos novios,
y me quise ir pero se arrepintió raro,
y me quedé a dormir 
con más pena 
que asco.

A Tuso, que siempre andaba mal de la garganta
le regalé los últimos caramelos de regaliz que me dio mi abuelo
porque le sentaban bien y le gustaban, y me miraba
con esa dulzura sin envoltorios.
Cuando tosía, le preguntaba
“¿te quedan caramelitos?” y me decía ya casi no
Un año y seis meses después, los encontré 
apilados, estrujados, amasijo de cosas que molestan
en el bolsillo más pequeño de su mochila.
Tal vez de haber sido un regalo de Carlota se los hubiese comido todos.


Todos me mintieron: eso tenían en común;
ni la barbita clara ni los ojos turbios.
Me mintieron, con más o menos astucia
––supongo-, con más o menos amor.
Pero todos, al final de un pasillo frío
guardaron silencio, 
incluso sonrieron.

Lo más sorprendente,
es que yo lo guardé también;
desde el principio y sin una mala experiencia
que me hubiese curtido, ni una madurez 
que me hubiese cansado.
Guardé silencio.
Incluso sonreí.

Cerré los ojos, ignoré mensajes;
cuando me iba, era la extenuación y no la fuerza
la que cruzaba la puerta.

Pero también ocurrió: pregunté,
denuncié
escupí.
Me atreví a atravesar el pasillo con los ojos abiertos.
No importaba cómo ni qué manera lo hiciera:
me gritaron como energúmenos.
“Has perdido la puta cabeza”,
con sus dedos punzantes, me señalaban
 Loca
Loca loca loca loca
loca
te odio, lo mereces, estás loca
estás llena de sangre, loca, estás loca
y yo: volvía a convertirme en un escarabajo
al que aplastar con sus pies enormes.

Al principio, los enfrentaba porque buscaba obsesivamente la verdad,
pero nunca conseguí la verdad.

Seguramente algunos pensarían que lo hicieron por mí,
porque no querían perderme.
Otros, simplemente se vieron rodeados por esa policía invisible
que patrulla por los chicos cada noche,
y les detiene.

Seguramente de algunos pensé que lo hacía por ellos,
porque no quería perderlos
De otros, simplemente que estaba agitada por esa rabia palpable
que sirve de reclamo para condenar a las chicas cada día
al desentendimiento,
y de la que yo pronto me supe
exculpada.

Me dio igual que loca, que puta, que lo mereciera.
Porque yo lo sabía, siempre lo supe.
No importan los secretos que no descubrí: los supe.

Y ellos acababan sabiendo,
incluso cuando callé
que a mí no podían engañarme,
pero siguieron llamándome lo mismo.

Dejé de buscar la verdad.
De 34 veces que me mintieron, después de todo
después de incluso haberme largado, haberles visto remontar
su nueva vida con Carlota, chucherías, camas limpias,
nunca me la dieron,
Pero ahora lo sé: tampoco existía.

La verdad no existía.
Eso tenían en común.

Me mintieron, sí,
pero nunca fue la verdade eso lo que me negaron.

Y ahora podemos reírnos juntos,
recoger florecitas, 
hablar de amor en las pausas publicitarias.
Pero aquello terrible que todos me negaron
quiero que sepan: yo ya no lo regalo.




domingo, 8 de noviembre de 2020

lejos

el sars-cov2, coronavirus, el enemigo ínfimo/invisible o como lo llaméis en vuestras horas más duras de carraspera, vino a nuestra vida sembrándola de enfermedad, una enfermedad mucho más ambiciosa de lo que hubiésemos imaginado. lo que trepana el pulmón perfora: posibilidades, trabajos, creencias, la paella de los domingos, las ganas de vivir, el control de lo autoinmune y por esto, entre otras cosas, las relaciones.

había que proteger la salud, no la de tu abuela o la de tu madre, no: la salud en bruto, la salud del estado, del continente; la salud del control, del sistema (hueco pero firme); la del siglo xxL que a todo el mundo le queda como embutido, ajustado, incómodo. había que legislar capeando el objetivo último irrevelable: la prohibición de relacionarse.

pero las relaciones son cornúpeta brava y nosotros: los que más, animalistas; y los que menos, antitaurinos.

como a todo el mundo: lo peor que se me ha dado en la vida ha sido relacionarme. siempre he odiado los dos besos de rigor y a las compañeras de la universidad que debían desayunar café, cigarrillo y plátano, y he sido brusca al escuchar que alguien abría el portal, encerrándome en el ascensor y marcando el piso como si viviera en el 112. y, como a todo el mundo: lo que mejor se me ha dado en la vida ha sido relacionarme. me he descubierto en las amigas; en los otros, que me salvaron de mí misma, y en los otros, que me salvaron de los otros. me he narrado en los paseos y divagaciones, y en el sol en la cara mientras me recitas poemas de miguel gane y nos reímos del asco, he encontrado mejores versiones en versiones compartidas y he cambiado la historia simplemente porque la escuchaste. echo de menos el mundo abierto al menos al nivel de los sims3 y los espejos múltiples que no me encerraban en la misma escena cada día, en el mismo destino cíclico y abollado. mi paciencia infinita (mi única prueba de ser una buena persona), mi voluntad para escuchar audios largos, la oportunidad de reconocerme en unos ojos más caídos (por supuesto) o de esperar con mi culo en los bordillos. echo de menos esperar cuando cualquier cosa puede aparecer, en cualquier momento.

pero he enfermado, y habéis enfermado, de un mal colateral que nos dio de frente. lo que perfora el pulmón atreviesa todo lo que estuviese detrás.

a veces sueño con que lo lejos que estamos, las pocas ganas que tengo de aguantaros, es sólo un viaje. como el año que nos fuimos de erasmus y luego volvimos y seguía todo igual. el típico viaje que nos enseña a vivir en otro sitio, para escupirnos irremediablemente de vuelta a casa. eso espero de las relaciones. como dijo irene: “que la gente no se tiene ni se pierde, que la gente se acerca o se aleja”. como vivió una generación entera que lo tuvo todo de los padres y que al extender sus propias manos no pudo agarrar nada, pero al contrario: que lo que soltemos también sea inasible.

que cuando todo esto quede atrás, aunque sea porque nos haya llevado por delante, y el destino vuelva a ser pletórico e incontemplable, nos sentemos a esperar con el culo en un bordillo y veamos, por esta vez, aproximarse algo que pensábamos que ya se había ido.


miércoles, 16 de septiembre de 2020

19:03

Son las siete de la tarde,
la hora de vislumbrar perfectamente
los paisajes que no quisiste instagramear
porque mostraban mi cuerpo.

Quizá elegir un cuerpo sea tapiar ventanas
y no sólo cerrarse puertas.

Creo que te ensucio
en todo momento, en todos los lugares.
Te toco con las manos extremadamente secas.

Yo sí pude atraparte, 
con mi pelo fuerte
mi sonrisa perfecta.
Mi despuntante humor
de señorita experimentada
pero incauta, inocente, suave.
Era una fiesta que se extendía 
hasta por los días tranquilos.

Yo también estuve ahí.
Mordí lo frío, bailé la mitad del 2014,
y no siempre estuve tan delgada.

Aquellos errores que cometí
por las plazas de españa extranjeras
estaban absolutamente perdonados,
ocurrían demasiado al márgen,
demasiado a otro ritmo,
tan agitado que facilitaba la redención.

Dicen que el tiempo va pasando más rápido.
Sin embargo, yo siento que algo se ralentiza.

Todo lo de alrededor, que giraba 
veloz, raudo, vertiginoso
chisporroteante,
se va volviendo nítido 
y sólido
y pesado.

Es como comprobar que funcionan las leyes de la física.
Las estudiamos, las dimos por hecho; nunca las creímos
porque siempre existió Dios 
(nadie que haya sido feliz se ha librado de él).

He aprendido que los cuerpos son sólo de las mujeres;
entonces tal vez no podía atrapar a nadie
afuera.

Quizá elegir un cuerpo sea –en mitad de la intemperie–
levantar paredes
construir un hogar.

Ya no pienso en envejecer con quién: 
ahora sé que tendré que envejecer sola.

Que son mis manos las que toco
en todos los lugares, en todos los momentos.

Que las verbenas y las canciones,
aunque no sean escandalosas
son pasajeros
de un tren cuyo destino es descarrilar.

Que lo perenne es una hoja de ruta
que siempre me llevará por los mismos escarpados
huesos.

Yo nunca quise ser el final de una fiesta 
para alguien que no quería volver a casa.

Me lo he pasado bien, pero estoy cansada.
Dios está cansado.

Las vueltas que da la vida se están volviendo estáticas
y sólidas
y pesadas.

Tampoco creímos en las leyes de la bioquímica,
pero esas son exactamente las que nos explicaban.

Sigo siendo una veinteañera
a las siete de la tarde.

Crecer es ver cómo el mundo
va dejando de ser cierto
para ir volviéndose insultantemente real.

¿Dejaré de ensuciar? 

¿Dejaré de ser áspera?

¿Vendrá una vida que le haga justicia a esta?

¿Conseguiré ser más importante que la juventud?

viernes, 4 de septiembre de 2020

vastas montañas en el cuarto de baño

cuando pase todo 
me sentaré ante el sol
abrazaré como una madre
y esperaré toda la vida a mis hijos
te miraré a los ojos y diré: si es eso lo que quieres
tomaré decisiones que no me lleven a bordear un gueto
y enfermar de juventud: un virus amable pero destructor 
del sistema inmune
observaré los restos del tren amaneciendo, y la sombra
no será metálica
no preguntaré qué sitio queda libre para huir
por inseguridad en vez de por lo incómodo
quiero dar más oportunidades, menos consejos
dormir una noche 3 horas si sólo dura 3 horas
pero no planear durante 3 horas diferentes formas de contagio
quiero sentarme ante el sol, sin preguntarte
qué querías, qué salió mal
quiero llorar la pena y no el miedo
quiero llorar al muerto y no al enfermo
quiero que pase lo que va a pasar.

lunes, 31 de agosto de 2020

alrededor

constantemente imagino un mundo donde los virus puedan verse
quizá estaría muy ocupada esquivándolos o quizá me detendría
a observar por fin qué tiene la gente por dentro
creí haber aprendido mucho sobre los espacios
estos meses
pero sólo estuve encerrada
presumí siempre de un cerebro sano
sin embargo siento que se redimensionó
tal vez mientras dormías
creí haber aprendido mucho sobre la distancia
estos meses
pero sólo estaba alejándome.
antes solía imaginar una sala vacía y amplia llena de sol.
pero un día la puerta se cerró
conmigo fuera
conmigo fuera, en mi propia casa
ya ha pasado tiempo 
acallaron los gurús tóxicos del positivismo
para sacar algo de todo esto, todo esto tendría que haber sido un sitio
y no estuvimos en ninguna parte.
desapareció mi casa
desapareció mi casa, en mi propia casa
¿dónde iremos a parar?
¿dónde iremos a continuar camino?
los ojos de la gente se parecen al agua: todo lo que los rodea es la tierra
y ahora sólo veo ojos
y además soy tripofóbica
eso aprendí estos meses
¿alrededor qué queda?
siempre supe que no aprendería nada.

lunes, 17 de agosto de 2020

La historia.

 Siempre me arrepiento de darme cuenta de que, la verdad, es que he mostrado la verdad y eso: se ha convertido en mi historia.

Tania Brandariz.

La realidad es una historia, nada más, nada menos. La vida que vivo es un relato personal, complejo y versado en una lengua propia e intransferible; también la vuestra lo es, como si fuésemos herederas y herederos de la maldición sobre los babilones. Existe una historia común, claro: así se constituyen las relaciones, los grupos, las patrias. La nuestra, por ejemplo, eternamente fragmentada en Las Dos, nos hace cuestionarnos: ¿qué tenemos en común con La Otra? Y, como sentencié en mi TFM, no es una idea original—: España es la dialéctica sobre España, nada más, nada menos.

Pero esta entrada no pretende ser un aporte naíf e innecesario a toda una tradición filosófica bien estudiada y descrita por grandes narradores sobre las implicaciones del Giro Lingüístico. Esto es un aporte naíf e innecesario sobre la compresión, y más concretamente: sobre la imposibilidad de entendernos.

Las historias nos explican las cosas. Sin ellas, los datos no serían datos, los hechos quedarían impunes y los sentimientos que, mínimo a dos individuos requieren, como el consuelo o la gratitud serían imposibles. Sin discurso supremacista, el científico no sería alguien mejor que el letrado. Si las niñas y niños sólo completan operaciones en serie sin el abordaje de problemas, no adquieren verdaderas habilidades matemáticas. Sin leyendas, los mapas no mostrarían qué está pasando, y sin variables descritas, los gráficos no revelarían por qué. 

El ser humano yergue la espalda cuando se vuelve narrativo, y la narración se yergue sobre la temporalidad. Es el tiempo el mayor misterio de la física y la piedra angular del ser; es tal el ansia por atraparlo, que inventamos el mayor dogma de fe a través de él: creer en el destino; en que todo está escrito

Necesitamos que el tiempo sea sólido, que sea un trayecto que desemboque en Alguna Parte (que fuese posible llegar a alguna parte), pues si no: ¿qué sería el tiempo más allá de la experimentación de las distancias?; pues si no, sólo estaríamos cerca o lejos, y concretamente: cada vez más lejos. 

Alcanza el relato su clímax del éxito con las relaciones humanas. Es el afecto, o la quintaesencia de éste la famosa complicidad un coincidir en la historia: encontrarse justo en el mismo lugar, con los mismos obstáculos, villanos y héroes, y por lo tanto: con los mismos parámetros del bien y del mal, de la justicia y de lo imperdonable. Es la interrupción del vínculo, pues, la bifurcación del relato: el estar viviendo realidades diferentes.

Lo contrario del relato es la soledad. La gente se hace mucho daño cuando sus mutuas versiones de lo que está pasando ya no encajan. La frustración es no lograr que el otro pueda tocarnos por dentro.  Cuando llega el fin, cuando dos se colocan frente a frente vaciados ya de reclamos y sólo queda el silencio, se puede escuchar, si uno presta valiente atención, la caída de una torre que quiso alcanzar el cielo.

Si el tiempo es un camino, mi historia ha sido reconocer que hubo paisajes por los que me hubiese amputado las piernas, y que aun sin tener la opción de haberlo hecho, seguí andando sin agradecer las extremidades inferiores. Y a pesar de ello, llegué a sitios maravillosos: a otra luz; a otro hueco cómodo en la memoria. 

Olvidé de mis fábulas tanto, pero nunca la moraleja de cada historia animal: todas contaban que las relaciones eran, a modos distintos, complicadas, porque son complicadas, y que eso (al menos lo que a mí me sucedió) no las hizo menos ciertas. Haber coincidido contigo en algún momento, me trajo al mundo, y poder recordarlo para siempre me mantendrá en él. 

La verdad es una historia y el amor es la única que compartimos.



jueves, 13 de agosto de 2020

misoginia de agosto.


tienes el pelo muy largo

la cintura bien delimitada

tu cuerpo es como un 8

pero la mayoría diría que sobresaliente

estudiaste ciencias de la salud

-rotundo bonus extra-

yo algún enero más que otro

pero no estamos hablando de mí

te escribí en otra ocasión

cuando no te conocía

pero me encuentro contigo

una y otra y otra y otra vez

es lo malo de estalquear tanto

subes muchísimas fotos

tenemos ansiedad

te he visto la ropa de deporte

de adidas, nike, ACAB

pero nunca el pijama

seguro que te lo pones más

no dudo que el sudor de tu frente

no merezca todos esos likes

o que un político que te hace interesante

pose en algún sitio contigo

la biblioteca de tu casa por ejemplo

la cual usas de photocall

aunque lees bastante

siempre compartes las portadas de tus libros

y luego escribes “sobre todo” junto

en un post que te hace sencilla y compleja

el sueño femenino

aunque eres bastante cutre a veces

invierte en un móvil mejor

tus papás tienen consulta 

y tú heredarás las dudas resueltas

eres rica y además woke

lo de woke es un concepto complicado

es algo así como hipócrita pero nice

un crossover de lenguas

como el que soñarán con la tuya

rebelde, post-ortodonciada, joven

hazme caso: nací un año antes que tú

que eso en idioma milenial significa

quinientos denigrantes siglos

te gustan poemas de más de 4 líneas

bien, pero siguen siendo una mierda

seguro que te gusta la palabra bonhomía

no tanto sempiterno

no eres una básica

eres el nivel 2

justo el número de idiomas que como mínimo hablas

pero das el cante en más

te lo aseguro 

escuchas rock inglés

algo de indie nacional

y usas demasiado el comodín de captura a ocurrencia ajena y subirla a insta

te odio

no es que seas nadie

ni siquiera sé de qué color tienes los ojos

tal vez el próximo filtro oculte que rojos

pero yo te escucho llorar en mi cabeza

no, no es que seas nadie

pero que existas me cuenta una historia

y seguro que él te ha contestado a más de una.

martes, 21 de julio de 2020

Desenamoramiento II (como los bares que tienen éxito).

Hay un miedo horrible
o quizá es más pena incómoda
que se esconde en lo más recóndito
de las esquinas que más tripofobia y asco
acumulan en mí
que surge del agujero del que no debí salir
dice
y sonríe
con el volumen de la certeza
y el sonido de las bocas que mondan sus dientes
del color de la perla negra.
Me mira con ojos reptilianos 
para recordarme que está hecho de carne
y en mi carne entiendo que está hecho de carne
dice
y sonríe
con el respeto de los enemigos verdaderos
y la dignidad de quien se levanta para ceder el sitio
a gente mayor, pues ya voy teniendo una edad
dice
y casi contesto 
así que debe ser que no lo bastante.
He esperado mucho a que no llegaras
no quería, pero ahora...
digo
y sonrío
muy poquito, llena de miedo 
o quizá de pena incómoda.
Ese es mi superpoder
dice
muy seriamente. 
Le miro a los ojos amarillos 
como el sol
y tiendo mi mano.
La coge
me apoyo
me empujo hacia arriba
me pongo de pie
y le cedo mi sitio.

miércoles, 10 de junio de 2020

Por si no volvemos a conseguir nada.

te quise muchísimo
sencillamente y con dificultad
llenos de barro en nuestro tercer viaje
lejos de las cosas que me gustaban.
no es que quisiera una vida así
pero la quise.
y el sándwich de la hora de la comida
me llenó por completo.
te quise muchísimo
aun cuando besaste a otra chica
y me lo contaste el primero de marzo
y no me pediste perdón nunca
y te perdoné porque te arrepentías.
te quiero mucho
volvería a hacerlo todo así hacia adelante
pero ganando dinero, usando nuestra propia vajilla.
viviría esta vida una y otra vez
durante todas las vidas que me queden
sin lamentarme de las que ya gasté sin ti
que fueron tres y que fueron tan felices
que desconvierten este alegato en un acto de fe
aunque haya que creer demasiado en algunas partes
aunque haya que hacer esfuerzos, sacrificios
cosas insalubres y dolorosas
y ya sé que el amor no es eso
pero también sé que tampoco es lo contrario.
te quise muchísimo
aquella semana sola en una casa de pobres
a la que viniste a vivir mirándome a los ojos
cada día.
te quise, te quiero y te querré
y sólo estaba furiosa, triste y avergonzada
de haberte regalado el estómago
y haber visto en tus manos una víscera.
te quise, te quiero y te querré
tú sí eras el hombre al que quería querer
y eso que me fallaste
y eso que te fallé
y cuando lo hice ni olvidé, ni me curé
ni destruí una verdad insoportable.
sólo me hice daño en las muñecas
sin poder viajar en el tiempo para pedirles perdón
por si acaso están vivas las chicas que no hablan.
aunque no me arrepiento, te pido perdón.
las relaciones son complicadas
lo importante es que sean nobles.
quiero que sepas: te he querido para siempre.
me resucitaste, me cuidaste, me quisiste mucho
me llamaste por otros nombres que no conocía
y que ahí estaban, en mi partida de nacimiento.
y aparte de guapo y listo
eres gracioso y eres bueno
y sí que ha sido bastante.

viernes, 29 de mayo de 2020

.

Ya no sé con quién fue qué
como el cohete del whatsapp, por ejemplo.
¿Carmelo o Íker?
Probablemente ninguno de los dos.

sábado, 16 de mayo de 2020

A las chicas que compartieron conmigo los veintipocos

¿Te acuerdas de cuando llegaba la época
en la que la ropa ya se secaba en un telediario.
El telediario que le quedaba a tu relación maldita
en el que todas declaramos que era normal
que siempre le saludábamos.

¿Te acuerdas de la Calle Luchana
que tenía más salidas que nuestras carreras.
Aunque consiguiéramos una buena media
aprendimos más a correr
por una hamburguesa de 320
ante la atónita atontada mirada del señor
sentadas a la derecha de un padre, del hijo
y el espíritu santo
afirmando que nosotras nunca seríamos
esa clase de mujeres.
¿¿¿¿¿¿

¿Te acuerdas de cuando le chupaste la sangre a tu novio
y sabía a morcilla.
Mareada por falta de Fe y por representar un papel
que podía haberse quedado en un rollo de cocina
insípido, informal, lleno de malentendidos—.

¿Te acuerdas cuando volví a las 8 de la mañana
y te confesé que el amor era un nido
que había olvidado limpiar en mi estómago
tres años antes, cuando el cuco voló sobre mi cabeza
(como una bala).
E hicimos galletas esa misma tarde.

¿Te acuerdas, Bárbara,
de que nos caíamos raro
y sin querer nos hicimos amigas
al menos en 72 ocasiones.
Y vimos nevar un día de junio
en la plaza del Tiananmén
aunque nadie nos creyó nunca.

¿Te acuerdas de cuando no nos importó
lo que pensasen los demás.
Aquella hora y media.
Urdimos un plan perfecto enfrente del ministro del interior
sobre cómo salir de nosotras mismas.

¿Te acuerdas de los últimos momentos
en nuestra casa-laberinto
porque siempre encontrábamos lo mismo
da igual cómo entráramos
en los que te dije:
esta es nuestra juventud,
esta es la luz que se puede guardar en un depósito.
Y olvidamos
que estuvimos tristes
que estuvimos enfadadas
que estuvimos enfermas
que nunca nada fue demasiado.
Y olvidamos
casi todo
lavar cacharros
recoger la ropa (máx. 4 días tendida antes de considerarse bandera)
cambiar el filtro de las aspiraciones
pero algo no: aquellos días ágiles
como los brazos de Marita
que iba a baile dos días por semana.
Y aprendimos
que sólo quedarían dos cosas:
las dudas y los recuerdos.
Y probablemente una tercera
difícil de digerir y reconocer (aunque quisiéramos)
inimaginable para cualquier otro tipo de animal salvaje
pero que estaríamos dispuestas a combatir
por aire, tierra, mar y teléfono
que estaríamos dispuestas a entender
que estaríamos dispuestas a esperar
que estaríamos dispuestas a asumir
si acaso eso nunca pasara
con la paciencia de las madres
que, teníamos razón, probablemente
nunca seríamos.

martes, 5 de mayo de 2020

La cunícula.

Ojalá la culpa injusta se curase asumiendo
que siguen naciendo aún más cosas de la inocencia
de las que mueren.

sábado, 2 de mayo de 2020

Reservorio.

de esto hablo con mis amigas,
en plena caída del siglo XXI,
y yo os lo cuento:

me arrepiento de haber querido
a gente acristalada, wireless
prescrita 1 semana al mes,
y el resto: a seguir
con mi pequeña y bien-aguisada rutina
que no me consiguió ni un trabajo
ni una vocación

me aconsejan mis amigas, y yo os lo cuento:
que coma, que duerma, que ande
que ande, que ande, que ande

aunque ahora no se pueda ir hacia ningún sitio

que coma,
que duerma,
que ande

y vuelva a casa sin saber muy bien
si ha sido camino u odisea
aventura o mito

si acaso merece la pena escribirlo para los nietos
pues no nacerán más que los imprescindibles

y me dicen mis amigas, y yo os lo cuento:
nadie es imprescindible

come, duerme, anda

y por si acaso todo esto fuese imposible
te quedará la salud, como un río de agua fresca
del que beber irremediablemente
sin saber si es Verzasca o Ganges
reflejo o espejismo
narciso o cáctus

y si aún así, de veras, fuese fulminante
simplemente caerías muerta,
te abrirían como a las ballenas
y atónitos los forenses contemplarían
salir de ti todos los males del mundo:

las guerras, los ticks azules
el hambre, a Díaz-Ayuso
tu rol de pringada y la frustración
por no haber convencido a tus novios
de que eras la única
lista, guapa, sólida

(además de otras cosas importantes)

y llenarás la sala, las calles, los cuerpos
como una bandada de palomas sucias con sus ruidos ásperos

lo cubrirás todo,
lo pararás todo,
llorarán los hijos por las madres,
convertirás el mundo en una balsa de aceite
mineral

-comento con mis amigas:-
sólo flotarán las dudas

qué me salió del tórax

qué clase de animal salvaje sería

cuándo parará la sustancia infecta

y si al vaciarse la caja
quedará o no al fondo
la esperanza.



sábado, 22 de febrero de 2020

123 días respirando tabaco


Las proezas nocturnas 
son derrotas de día.
Soy un aeropuerto - Mucho.

Lo bueno y lo malo vienen del mismo lugar,
un lugar en lleno de ratas
donde toco a las ratas
hablo con las ratas.

Estoy tan cerca de quien fui, 
como si a los veinte hubiese un apagón
pudieses vivir la ilusión de ir convirtiéndote en alguien 
 -208 viernes (aprox)-
a los veintimedios volver justo al mismo sitio oscuro.

La vida es encontrarte varias veces contigo misma, 
después de tanto tiempo,
saludarte en el ascensor,
contener el noble impulso de invitarte
a tomar algo, compartir secretos.
Eso no va a funcionar.

Madurar será aprender a no llenar los huecos imposibles
de los estómagos,
ignorar a las ratas
a tientas;
pero yo lo he hecho todo tan mal
como era humanamente posible.
Las ratas están cansadas,
yo también.

‘No podía no respirar’,
te lo contaré cuando llegue el momento,
cuando las puertas del ascensor vuelvan a cerrarse

y me haya callado lo felices que fuimos
lo bien que lo hice.