Es la música que subyace
al bullicio e incluso al leve tintineo
de mi copa de consolación.
Un susurro agreste que cruza mi nuca
a ciento ochenta por hola, ¿qué tal?
Es un coro de gente a la que yo quise perdonar
entonando el dios te salve
de las tardes negras al fondo de esas luces tontas.
Es lo que queda después de buscarme
en tu pasado antes de mí:
estridentemente
nada.
Y este enfado, profundo y doloroso,
que me arrastra hacia arriba
como si fuese yo Sísifo
intentando pasar la pelota a tu tejado,
retumba como el peso del cuerpo desde un cuarto
del que no puedo salir.
Y este malestar que chirría,
como las bisagras de las puertas a las que les falta
plantar un árbol en Jaén,
me deja exhausta, al final del día
cuando todo enmudece;
o, sin suerte, despierta e incómoda
con la mirada fija en las manecillas
del director de orquesta.
Esperando
a que acabe de una vez
el desconcierto de año nuevo.
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