sábado, 9 de junio de 2012

Yo también necesito un rescate.

Hace un par de años escribía más, ahora apenas lo hago. Cuando voy a ponerme, de repente me vienen encima todas las dudas de qué va primero, de qué es lo que quiero decir, de cómo es como debo decirlo. Al final acabo pasando página, en cualquier sentido, pero siempre sin haberla escrito. Pero empiezo a escribir, claro que empiezo. Aunque nunca acabo. Quizá eso sea otra prueba de que estoy realmente a medio camino de mí misma.
Estar a medio camino es algo muy incómodo, porque a nadie le gusta quedarse medio vacío, medio infeliz, medio a mitad (lo mío es que es un estar a medias tan completo que hasta estar a medias lo tengo a medias).  Entonces os miro a vosotros. Todos tan enteros o tan devastados, tan mal o bien, pero sabiendo siempre hacia donde vais... o hacia donde queréis ir. Yo me como la sopa sin comérmela, me visto guapa sin sentírmelo y me dejo crecer el pelo como realmente es aunque no llego a dejarlo ser del todo. Estoy a medio camino de ser rubia. Sería valiente dejar de serlo, aunque tampoco renuncio del todo a lo que soy. Estoy a medio camino de ser valiente... también.
Lo que peor llevo de ser y no ser, es lo de merendar sin hambre. Madre mía... juro que eso no me había pasado en la vida. Otras cosas sí, no lo niego. ¿Quién no se ha lavado los dientes sin limpiárselos?... (sólo en situaciones extremas, muy extremas). Quedarse a medias al reírse, quedarse con la mitad de la mirada en los ojos o tener parte de la garganta llena de palabras sin hablar... son cosas que no nos gusta a nadie.
Creo que empiezo a aprender... ¿y si lo más importante en la vida fuese caminar con paso firme? Es decir; no importa mucho donde vayas, lo importante es ir.
Veréis, con el tiempo resulta que eso que nos hacía tropezar en el camino no eran piedras -ya quisiéramos que sólo fueran eso- sino que también son volcanes, arenas movedizas, ruinas de antiguos palacios que un día fueron trono de una verdadera reina e incluso hay trozos de cielo, totalmente derrumbados, que ni siquiera te dejan pasar. Aunque hay una cosa que sé seguro: lo peor que puedes encontrarte por el camino son tus propios pies. Y, creedme, es frecuente ir tropezándose de esa manera. Frecuente y terrible. Los pies de uno mismo son el peor obstáculo de todos, y encima algunos hemos nacido torpes...
Sea como sea, estar a medio camino siempre conlleva una batalla. Duros enfrentamientos entre la felicidad y la infelicidad, las expectativas y las probabilidades, las ganas y la pereza... el comerse la sopa y el no comérsela. Y en medio de toda esa guerra, como no podía ser de otra manera, estás tú. La verdadera tú, seas quien seas. Al fin y al cabo las películas, las canciones, o las preguntas estúpidas como "¿por qué he escuchado tantas veces a Coldplay si no me gusta?" te llevan a la conclusión de que quizás estés simplemente complicando las cosas. Porque necesitas complicarlas. Si no las complicaras... si lo que quiere morir lo dejaras morir, si lo que quiere irse lo dejaras irse, entonces... ¿qué?
El drama forma parte de nuestras vidas. Nos agarramos a él, porque... en medio de la locura, es lo único que nos mantiene un poco cuerdos. Aunque tú sepas que quizás lo único que necesites sea un ratito de libro, de playa inmesa, de paseo y charlita contigo misma. Quizás solo necesites dedicarte un poco más de tiempo, empezar a aprender de ti.
No es algo estúpido. Hay más cosas en el interior de las que incluso nos autopermitimos exteriorizar. El fallo siempre es el "tengo miedo, pero no quiero quedarme a solas y comprender por qué". Pero... ¿y si la única forma de comprenderlo fuera el preguntártelo? Yo apenas me atrevo a preguntarme últimamente. Y es curioso, porque conforme pasan los años, conforme voy creciendo, cada día, me voy haciendo menos y menos preguntas... En vez de conocerme, me voy desconociendo cada vez más.
Quizás por eso cada vez escribo menos... por miedo, por inseguridad, por desidia, por pánico a que se caiga mi palacio, o se me desprenda otra vez ese pedazo de cielo. Huyo de mí misma y del silencio del inmenso salón vacío abrazándome. Porque da miedo sentir frío en verano, y el viento a solas siempre duele como enero...
Yo no quiero ser enero. No ahora. No nunca. No quiero hablar conmigo y enfadarme. No quiero darme cuenta de lo que he perdido, he ganado, de hacer recuento dentro de mí misma, y haber perdido... haber perdido más de lo ganado. No quiero caerme, ni andar con paso firme, ni andar con paso flojo, ni andar... No quiero helado. No quiero sofá. No quiero salón. No quiero silencio... No quiero estar sola.
No quiero... no quiero terminar de escribir.