domingo, 24 de agosto de 2014

Una amiga pregunta: ¿equivale un diente de león a un imperio?

Amiga, una vez en diciembre, me acercaron suave y delicadamente un diente de león con suavidad y cariño, y de repente me lo hincaron en la yugular.

Lo que quiero decirte es que un diente de león es a veces una flor cálida y otras un colmillo afilado que te desgarra por dentro. Yo no sé apenas nada de imperios, pero he tenido cientos. Y todo lo que sé decirte es que se parecían mucho más al colmillo afilado.
Pero, querida amiga, yo te invito a hacerte otra pregunta: ¿es posible que alguna vez un colmillo afilado pueda desgarrar tanto como una flor cálida?
Piensa en las flores cálidas de tu vida. En los septiembres, en los abriles, en las manos que mecieron ramos en tu pelo... Una flor cálida es un arma letal cuando les llega su otoño a los buenos momentos, ¿eh?

Los imperios están para construirse en las noches de flores cálidas. En todas ellas. Miles y miles de imperios se construyen cada día.

Un imperio es bajar la persiana y poder dormir toda la noche hasta las dos de la tarde; también es llegar a casa después de todo el día fuera, que esté vacía, y puedas cantar muy fuerte mientras te duchas. Un imperio también son los años construidos con el sudor de nuestros frentes. Y los abrazos de mi padre. Y toda una vida por delante -y toda una entera por detrás.
Un imperio es haberle mirado a los ojos, hacer una maleta, elegir qué no vas a meter en ella. Dejar atrás es un imperio, y mirar hacia adelante es siempre el más grande de todos.

Y un diente de león también es cualquier cosa, porque un deseo puede ser cualquier cosa.

Así que, amiga mía, si todo puede ser imperio y un diente de león puede serlo todo, supongo que la respuesta es sí: un diente de león equivale a un imperio.
Y a siete, si tú quieres.

Pero si realmente por imperio estamos hablando de un montón de conquistas bélicas de sitios hechos de tierra y aire; y por diente de león estamos hablando de florecillas feas que recoges en días grises para soplarlas con aplomo deseando grandes cosas que no crees realmente que vayan a cumplirse, pudiera ser que el diente de león siguiera equivaliendo a un absurdo imperio. Pero lo que es seguro es que un imperio, por enorme que sea, jamás equivaldrá al más pequeño e insulso diente de león...
Y mucho menos a ese mágico ímpetu cotidiano, heroicamente esperanzado, del que coge uno, y lo sopla.

sábado, 10 de mayo de 2014

Cuentos para no dormir.

 Érase una vez la noche más rara de mi vida. No hacía frío, ni mal día, ni llovían cosas de las que arrepentirnos en 2020.
 Estabas tú, como siempre, tan cerca como no me gustaba, tan lejos como no me gustaba, rondando por mi vida como un calcetín que se cae todo el rato, que recoges todo el rato. Ya habían pasado meses, pero ya habían pasado años. Hablábamos de fútbol más de lo que lo entendería en mi vida. Me gustó ser campeona del mundo durante 4 años. Decirte una vez eso fue demasiada poesía para tan poca risa.
No recuerdo ya casi tu risa. Pero esa es otra historia.

El caso es que érase una vez la noche más rara de mi vida. No rara porque siguiera persiguiéndote con los ojos cerrados y los ojos abiertos, sino porque ese día entreabrí también la boca, y te busqué en voz alta y te encontré en silencio, y en silencio cómo duelen, cariño, las palabras. Me contaste cosas que no te pregunté, que no hubiera querido saber nunca. Algo así de que era noviembre y ya no recordabas el verano. O que el verano no era tan verano, o que habías roto ya todos nuestros calendarios.

 Ahora que estoy aquí, sola en algún punto del mundo, te busco en otras cosas. Otras cosas que no quieren ser cosas.
 Estaba Cosa, como últimamente, tan cerca como no me gustaba, tan lejos como no me gustaba, rondando por mi vida como ese calcetín que cuando se te cae una vez al suelo pasas de agacharte a recogerlo. Y ya sé que habían pasado meses, pero, ¡joder! es que ya habían pasado años. No quiero hablar de fútbol, no quiero entender ni siquiera por qué no. Odio haber sido campeona del infierno estos 4 meses. Y no decir esto fue demasiada falta de poesía para tanta risa.
No me gustan otras risas. Pero esa es otra historia.

El caso es que seguimos en la noche más rara de mi vida. En la que yo, estando con Cosa, en realidad estaba contigo. En la que yo, estando contigo, en realidad estaba con Cosa. Pero yo no quería estar con Cosa, sólo quería estar contigo. Al final ni Cosa ni tú. Mucho grito, poco de esperanza. "No te quiero, ya lo siento". "Sálvame quien puedas". Al final estoy sola y mal acompañada.

Es la noche más rara de mi vida. Cuando por fin llegué a puerto y estuve enfrente del espejo, me quité las gafas que no llevo y lo vi todo tan mal como lo veía antes, pero con una tranquilidad de estoy cogiéndome las rodillas en la ducha. (Ojalá hubiera duchas que te limpiaran por dentro.)
 La vida a los 20 es la vida y no otra cosa, y supongo que es la única explicación que le encuentro a que acabara, hora y media más tarde, lejos del espejo y de la ducha, mirando a la cara a otros personajes de este cuento, que en realidad deberían ser personajes del cuento de otra persona.
Personajes con historia propia, apropiándose un poco la mía, dejándome compartir un trocito de la suya (porque con el disgusto, yo casi no había cenao).  Al final, otra hora y media más tarde, yo tenía: un cuento que me habían contado, otro que me había inventado, otro que había vivido y otro que al re-regresar a puerto empecé a escribir.

Ahora huelo a una colonia que no he usado en la vida, y está bien.
Ya no recuerdo como olías. Pero es... está bien.

Todo lo que debe saber el lector de esta historia, es que era necesaria. Todo lo que debe saber el lector de esta historia es que, aunque él no ha entendido nada, yo tampoco. Todo lo que debe saber el lector de esta historia es que voy a seguir escribiéndola, y que este es el punto de partida, y que ya habrá tiempo para arreglarse por el camino.
La vida a los 20 es la vida y no otra cosa, y supongo que esta es la única y toda razón que me regala la certeza de que todo esto está bien. Que está muy bien.
Porque debe entenderse esta fruslería como una fábula. Una fábula cotidiana y maravillosa. Una fábula de cerdas y zorros, de liebres y tortugas, de gatos y perrerías. Una fábula que empieza mucho antes de lo que cuento, y un cuento que acabará, espero, mucho antes de lo que fabulo.Por eso ha de entenderse, como el álgebra o la física cuántica, y no entenderse una mierda. Simplemente, hay que prestar atención a la moraleja de toda esta pesadilla de una noche de verano (verano del que espero olvidarme antes de noviembre, por favor.) Una moraleja que dice que si "no te quiero, ya lo siento", la única que puede salvarme, soy yo misma. Para estar, al final, sola, y mejor acompañada imposible. Una moraleja que aún estoy buscando por las esquinas de este puerto, por las esquinas de ésta, la noche más rara e interminable de mi vida, de esa peca que encontré esta tarde en una boca que no me decía nada, de ese lunar que encontré en el ojo que más bonito me ha visto en la vida, y que tengo que recordarme los días pares que ya ha dejado si quiera de mirarme.
Ojalá algún día deje de ser tan complicada y pueda explicarlo todo como las personas que dicen exactamente lo que quieren, ojalá lo consiga y no hagan falta cuentos ni fábulas, y, en el caso de que la hicieran, espero poder dar la verdadera moraleja de todo sin rodeos ni fanfarronerías.
Esa moraleja incierta pero totalmente verdadera, que echara por tierra mis dramas de ex adolescente nostálgica, que echara por mar todo lo que ya no sirve ni pa hacer croquetas.
Esa moraleja que simplemente me mirara a los ojos, y me susurrara de manera clara siempre lo que tengo que oír; que usara las palabras justas y las justas palabras, para pegarme el bofetón que me gire la cara y me la ponga derecha, y que me haga mirar en la dirección de la que es, constantemente, la verdadera enseñanza:

Que hay noches que lo mejor es llegar corriendo a casa e irte de una puta vez a dormir.

martes, 11 de febrero de 2014

Razones por las que me fui (y algunas cosas bonitas).

Para ti, capullo. 

Siempre hubo flores, incluso cuando no había flores.
Me llenaste la vida de flores. La muerte de flores.
Trajiste margaritas de pétalos pares a mi entierro.
Deshojaste abril. 


Descubrí algunas cosas en aquellos años.

Uno recoge lo que siembra 
el otro. Es así. 
Tú siempre recogiste dudas. Tú siempre sembraste el pánico.
Pero siempre tuviste un campo de amapolas en el pelo.

Me fui porque septiembre decidió pegarse un tiro.Y el cielo se rompió en mi cabeza, y todo lo que siempre había sido naranja rojizo se volvió gris ceniza. 
Nunca estuvo tan bonita Troya como cuando ardía. Y después de verla arder me daba igual que cenizas quedasen.

Todos los caminos no llevan a Roma. 
Pero sí amor.
(Y joder, eso es lo que importa

- Bien, ya está. Ahora no tengo miedo de no saber a donde voy. -


Y después del amor...
 la motosierra.
Un día amaneció todo talado. Todo tarado.
Los árboles me dejaban ver todo el bosque.
Y no era un campo de amapolas lo de tu pelo.

Así que ya era después del amor...
Un campo de minas.

Amputé la última parte, y ahora sigo adelante. (A veces huele a metal fundido. No confundas olvidar rápido con olvidar a la cara).

Sonrío al recordarte, pero no eres quien yo recuerdo.

Y ya está, nada más. 
(Mucho más).

Que ya no sabías besarme.

Que el cielo estaba roto.

Que ya no nos quedaba pegamento.

Y que menos mal.

Las cosas bonitas, ya las sabes -risa triste-, son las de siempre: la calidez de cualquier tarde que recuerdes de cualquier invierno, los bancos que regalaban cosas, la anchura de tu espalda estrechando la tristeza, el eterno retorno en el punto de sonrisa cómplice, tus ojos.

(No puedes ver la luz porque la tienes dentro).

Sorprendentemente, tus ojos.

Y ojalá que lo único que hayas descubierto tú de todo esto sea  
que soy el cuervo más bonito que has criado en tu vida.