jueves, 3 de octubre de 2013

La entrada que mi madre quiere que escriba. Y yo escribirle a ella.

Han pasado mogollón de cosas en los últimos días. Ahora vivo en Madrid, y estoy escribiendo esto al lado de mi compañera de cuarto, simplemente por una razón: para evitar que me dé un bajonazo y me ponga a llorar en medio de la habitación.

Papá, mamá, no os preocupéis: estoy bien. Soy un poco floja, pero sé que voy a estar bien. Echo de menos Almería. Al fin y al Cabo es mi ciudad.
 Mi ciudad es ese lugar en donde está mi hogar. Y mi hogar siempre va a estar donde estén mis amigos y mi familia y todo lo que ellos puedan abarcar con los brazos. Podría decir que mi ciudad es Almería. Y sí, lo es. Pero no hablo de playa, ni de palmeras, ni estepa ni esparto ni de David Bisbal. La risa de mi hermana, los abrazos de mi madre y la seguridad que me da mi padre junto con los cafés con mis amigas y los viernes por la tarde, eso, eso es de lo que hablo cuando quiero decir Almería.

Hace un par de días, cuando empecé la universidad, vi a una amiga mía de hace ya tiempo. Ella también echa de menos Almería. Mientras me contaba cosas, me dijo que yo tenía mucha suerte porque a mí me limpiaban, me hacían la comida y que eso era lo que ella echaba muchísimo de menos de sus padres. Y entonces yo entre consternada y sonriente dije: bah. Yo lo que echo de menos es todo lo demás.
Aunque parezca increíble, mamá, tengo el cuarto ordenado. Y aunque parezca aún más increíble, papá, no hay nada mío por el suelo.
Hace tiempo leí que el hogar es un cuándo y no un dónde. Así que, a 500 km de mi casa, de mi siempre eterna casa, de mi ventana y de mi mar, cada vez que hablo con papá y mamá y con Rocío vuelvo a estar en casa. En mi hogar.
Ahora sé que por muy lejos que esté de casa, nunca jamás voy a dejar de estar en ella. Y que en mi silla de la cocina, cada mediodía, se sientan mis ganas de volver allí y las ganas de los demás de que yo vuelva. Así que es como si nunca me hubiese ido. Porque, en realidad, claro: nunca lo he hecho.

Mi ciudad siempre estará donde esté la gente a la que quiero. Ojalá, dentro de unos años, Madrid lo sea. No lo sé. Puede que al final de mi vida, mi ciudad sea un montón de trozos del mundo en donde haya personas que piensen en mí con cariño.
Pero hay algo que sí sé. La más mía de todas las posibles ciudades mías siempre siempre siempre será mi Almería.

Cuando vuelva, el sol me va a dar un beso en todos los morros y todos seréis unos socios que lo flipas, socio. Y voy a dormir con la Roci, pero en mi cama, porque las echo de menos a las dos casi casi por igual. No sé deciros a cuál más, eh. Así que en el momento en que las tenga a las dos juntas, creo que me va a dar un poco igual el resto de cosas que pasen en el mundo.

Supongo que la vida va de eso. De aprender a valorar lo importante y que el resto de cosas tontas nos resbalen por completo. Lo importante, básicamente, es todo lo que he dicho antes. Nada más, ni nada menos. Eso. Exactamente eso. Lo demás es superable. Os lo prometo.
Mirad, yo tengo un truco infalible para saber cuando algo tiene importancia de verdad y cuando no. Supongo que cada uno tiene el suyo, ¿no? El mío es fácil. Yo, por ejemplo, sé que nada tendrá jamás realmente importancia si puedo coger el móvil y escuchar en cualquier momento la voz de mi padre. Así que hasta el día que yo pueda hacer eso, todo irá bien. Por muy mal que vaya. Sé que todo irá bien.

No os voy a mentir: al final sí que he llorado un poquito escribiendo esto. Pero es que creo que tengo cosas tan tan buenas, y eso me hace tan tan feliz... No os lo podéis ni imaginar. Al final lloro por eso. Porque yo soy muy feliz.
 Lo que más me gusta de esta historia es que todo eso que tanto quiero y tanto echo de menos es algo que aún no he perdido. Y todas estas lágrimas son futuros reencuentros llenos de vida, de besos y de tapas. De muchas tapas.

Os quiero mucho. Creo que soy la persona que más suerte ha tenido en la vida. En serio. No debe ser justo, pero sí: me ha tocado toda a mí.

Sois guapos hasta mirándoos desde lejos. Sois bonitos porque me habéis regalado años buenísimos. No puedo estar triste si sé que las cosas que me hacen feliz siguen conmigo latiendo muy fuerte.
Tengo fuerza para todo lo que venga, porque el viento del sur me lo dice.
Mi ciudad siempre estará esperándome. Alguien dijo una vez: "Después de mucho mar que nadie espere el abrazo de un puerto, porque nunca se vuelve a un lugar ya conocido".  Yo no me lo creo mucho. Pero en el caso de que fuera verdad, qué queréis que os diga, me importa un pimiento si me abraza un puerto o no lo hace, porque después de mucho mar, lo único que yo necesito es un abrazo de mi familia.