martes, 27 de septiembre de 2011

Pre-desastres.

Volverán los pájaros al sur, allí tan lejos donde se inventara el verano. Volverán nuestros semáforos a ponerse en rojo, yéndose las prisas con el verde que nos ha prestado la primavera menos tiempo del que supimos aprovechar. Volverá la deuda que deja septiembre, que dejan los lunes y los días 15. Y se irá su voz con la sal que nos vio mirar al cielo en tantas tardes de mar y pipas. 
Los minutos volverán a engordar; comenzará la Operación Chaquetón. Y el frío, dispuesto a latir tras unos dedos más lentos y blanquecinos que una nieve inexistente. 
Pero vendrán las lluvias a limpiar mi pena y a aliviar toda la nostalgia que dejan las vacaciones de felicidad. Esas lluvias que gritan Otoño, y que en cualquier otra época del año nos proporcionan vértigo, pero precisamente en ésta, en ella misma, sólo nos proporcionan eso... Otoño. Y el otoño no duele tanto cuando no hay una real realidad rota. El otoño es otro estado de ánimo... como lo es casi todo lo que se hace factible a través de lágrimas, o casi todo de lo que nos da cosa hablar. El otoño, como parte de un mundo naranja. El otoño con gusto a calabaza, a castañas, a último helado apetecible. El otoño, como tus ojos.
Pero vendrá la nieve que sentiremos dentro del jersey que llamamos invierno. Borrando casi todo menos ese helor que enciende al Primer Mundo de derroche eléctrico. Creeremos en la navidad, porque sí hay magia en ella. Recuérdalo: serás mi próximo diciembre. Y estarás aquí, evitando el desastre que creo no poder evitar. 
 Se irán las miradas de los miércoles, y los libros nuevos ya no olerán a libros nuevos. Pero las sonrisas de siempre, olerán a las sonrisas de siempre. Con suerte, un día de éstos, quizá nos llueva alguna tormenta sin paraguas, y podamos sentir la gracia que esconde tanto apagón natural. Los ojos se nos acabarán acostumbrando a la oscuridad. Y nos veremos en medio de la rutina que ya, entonces, no nos resultará tan lúgubre... Nos haremos a una vida para la que estamos hechos a hacernos. 
Y la vida da muchas vueltas. Dicen. Vueltas y vueltas y vueltas. Pero siempre giramos sobre el mismo eje. Ese eje de las cosas que, realmente, no cambian nunca. Como la esencia natural, la naturalidad de la injusticia, y lo injusto de la esencia. Y seguiremos teniendo nuestras gracias y nuestras desgracias, aunque ahora las barajemos de maneras diferentes. Aprenderemos a ser felices. Aprenderemos a ser felices, juntos.
Y cuando todo acabe, podremos volver a construir una vida, sobre la base de ésta misma que estamos construyendo. La volveremos a escribir. Aunque nos cueste trabajo. Aunque al principio la letra nos salga más fea. Aunque nos desviemos de la línea, y acabemos colisionando con otra línea previamente escrita. Aprenderemos a escribir recto. Aprenderemos a escribir recto, juntos.
Y así, no nos daremos cuenta de las cuentos que cuentan. Te prometo que un día al levantarnos, el calendario ya se habrá vestido de abril. Y te prometo que las lluvias limpiarán la decepción que nos causaba no ser los héroes de nuestro propio tiempo. Los semáforos volverán a dejarte cruzar tu mundo lleno de miedos. Y cuando estés en la acera de enfrente, te darás cuenta de que el mayor tiempo cruzando, fue con la luz en ámbar, mientras contigo también cruzaba esa época que tantísimo pánico nos daba vivir. Desde ahí enfrente aprenderemos. Volveremos a aprender que los pájaros, acostumbrados a ese lugar llamado verano, se han mudado con él, y ahora ambos se instalan en tu ropa y en tu alegría. El verano, otro simple estado de ánimo. El verano, como mundo sin color, que cada uno colorea a su "mundo". El verano con sabor a paella, a arena, a mil tipos de helados apetecibles y no apetecibles. El verano, como mi risa. Recuérdalo: eres mi próximo verano. 

miércoles, 21 de septiembre de 2011

La vida en la mochila.

Ayer fui con mi madre a Alcampo con la finalidad de comprarme una mochila. Aunque es un centro comercial grande con tiendas y chorradicas para distraer de manera eficaz a la gente, evidentemente, primero fuimos a ver mochilas. Cuando yo ya había elegido un modelo precioso de Converse (qué le vamos a hacer) negro y discreto, mi madre pensó que podríamos realizar otras compras, ya que estábamos allí, e ir luego a por la mochila, y que así no fuera una carga el resto de la tarde. Qué ironía, ¿no? Una mochila que no sea una carga. Es estúpido y tiene toques repelentes de paradoja. Una mochila siempre es una carga. Al fin y al cabo, para eso sirven las mochilas...
 Toda una tarde con mi madre da para mucho, y no es por hacerle la pelota. Si de algo me he dado cuenta, es de que disfruta hablando conmigo, y eso es algo que aunque yo lo diga poco, me ayuda mucho. Me habló del blog, del éxito de mi ánimo septiembrero, y poco a poco, entre risas y madrerías, me pidió (con su manera de hacerlo) que escribiese pronto otra entrada. Y como se nos da bien divagar juntas, así fue como surgió la grandiosa idea de las posibilidades de una entrada mochilera. Y mientras seguimos con las compras, yo empecé a pensar en la gran cantidad de tipos de mochilas que existen... más incluso de los que cualquiera nos paramos a pensar. La culpa de este fenómeno mochilero, la tiene precisamente el transfondo de una mochila, que puede ser de tela, de miedo o de cualquier material que permita agrupar cosas que se vayan acumulando. Una mochila es útil, sin duda. Pero no todas lo son.
Por ejemplo, esas mochilas escolares, que pesan kilos y kilos de, muchas veces, "conocimientos" que pesan más de lo que una espalda sana puede cargar. O esas mochilas de gimnasio, llenas de ropa, cosméticos, perfume, para salir luego con quien nos ha llevado, indirectamente, a esa necesidad de ejercicio. A veces las mochilas se cargan demasiado y cuando llevamos muchas cosas encima puede ser un gran alivio contar con una. Pero en cualquier caso, una mochila pesada es una mochila difícil de llevar. Pero dentro de lo que cabe, esas mochilas son útiles.
Las mochilas de material no factible son las que más problemas nos causan, y no precisamente problemas de espalda. A mí son las mochilas que más me aterran. Porque no tienen un tope, o eso creemos, porque claro que lo tienen. Ser ciegos emocionales nos conduce al conflicto de cargar la mochila más de lo que ésta está dispuesta a soportar. Y que una mochila sea o no sea visible, esté llena de cosas que se tocan o que se sienten, no quita que no tenga un tope.
En realidad, sólo por el hecho de ser humanos, Dios, el alma, o lo que sea que exista, nos regala una mochila al nacer. El material no es plástico, ni poliéster ni forro impermeable. El material es tiempo, y soporta tantas cosas que a veces sobrepasamos el peso cuando ya es tarde. Lo que se mete en esa mochila es casi infinito, casi. Se rige, por todas las leyes principales mochileras: Imposible cargar más peso del que nosotros somos capaces de coger. Y, como en toda mochila, las cosas que se meten, se sacan igualmente.
Es fácil decirlo, ¿eh? Pero, para ser sinceros: ¿a quién no se le ha acumulado carga vital en esa mochila? Hay momentos que no es posible hacerlo de otra manera. El miedo, la pena, la rabia, los celos, la no autoestima o la soledad, pesan tanto tanto, que la mochila tarda poco en estar rebosante. Por eso no es difícil que se acumule pronto una gran carga. Sin embargo, con las cosas buenas de la vida, pasa totalmente lo contrario. La felicidad, las ganas, la ilusión o el amor, no pesan nada... O sí, sí que pesan... pesan tantísimo que colapsan la mochila, la revienta, la agujerean, y la vacían. Nos hacen más ligero el camino. Pero aunque las cosas malas tengan un peso tan grande, la mochila jamás se rompe, jamás se hace ligera. Y si la sobrecargamos, el peso puede caer sobre nosotros y eso podría hacernos daño... más daño todavía. Hay épocas que nos caen en las manos cosas buenas, y épocas que, sin embargo, nos llueven las cosas malas. Y no es culpa de nadie. No hay remedio para evitar que una mochila pese cuando le ha tocado su momento de pesar. Pero sí que hay manera de seguir adelante, aún pensando que en el próximo paso caeremos absolutamente redondos al suelo. El truco está en ayudarse con el peso. A veces hace  falta valor, también en la mochila, para sacar (aunque sea poco a poco) trozos de esas cosas malas e ir enfrentándolas, no a la espalda, sino cara a nosotros, mientras nos miran, y descubrimos que somos más fuertes de lo que nos creíamos, y que gracias a todo ese peso, nuestra mochila ha cedido un poco y la próxima vez, el mismo peso nos resultará mucho más llevadero.
Por supuesto, hay mochilas compartidas. Y eso, claro... siempre es mucho más fácil. Ojalá siempre pudiéramos repartirnos el peso con alguien que esté dispuesto a cargarse un poco. Pero todos y sin excepción, vamos a cargar esa gran mochila solos, la mayoría de veces en la vida. Y eso es lo que más miedo da.
Lo que no te mata, te hace más fuerte. Y lo que te hace más fuerte, te lleva a vivir más. Te lleva a la alegría de tener dentro de ti ese coraje para ir tú, tú solo a por todas esas cosas que tienes ganas de tener dentro de tu mochila. Porque, en el fondo, lo único que importa, es que jamás tu mochila se quede vacía. Tan necesario como la cremallera, resulta siempre un sueño por el que luchar y por el que estamos dispuestos a soportar todas las toneladas del mundo.
En cuanto a mi mochila, ahora mismo pesa un montón. Pero sigo adelante, por muchas razones. Una de ellas, es que el peso que cargo, también tiene sus retales de cosas buenas. Y el otro, es porque sería injusto dejar de andar ahora, a mis "dulces dieciséis" sólo por un poco de miedo. Si algo he descubierto, es que muchas veces siento que nadie puede ser consciente de ese peso que me taladra las rodillas y me obliga a caer. Pero luego me echo un poco de sentido común a la mochila, y me digo: "Es injusto llorar por algo que mañana me hará gracia. Es injusto por la gente que carga con problemas de verdad." Y no os equivoquéis, diciéndome eso no me siento mejor... pero, realmente, me siento un poco menos sola. No por las desgracias ajenas, sino por lo remediable que resulta lo malo de mi vida. Porque no es irrevocable. Porque sólo me hace falta ese sorbito de valor y una pizca de tiempo para que desaparezca. Porque si de algo me he dado cuenta es de que si sigues aquí, en este lugar que se llama Tu vida, el propio cosmos te equilibra la mochila. Habrá cosas buenas, malas y cosas que apenas atraigan nuestra atención. Pero desmenuzarlas, entenderlas y enfrentarlas, es la base para que podamos seguir caminando por ese mundo lleno de miedos.
Quizá la mochila seamos nosotros mismos. Quizá nosotros seamos una gran mochila llena de sentimientos y humanidades. Y que "desahogarnos": llorar, gritar, o apoyarse en otra "mochila", sólo significa hacer más fuerte nuestra fuerza. Y a veces va a dolernos, como si nos pusieran un ladrillo de mil kilos sobre la cabeza. Pero vamos a resistirlo, y vamos a aligerar el paso en cuanto superemos eso.
Puede, también, que el mundo sea la mochila y que todos estemos aquí, juntos, a veces cayéndonos por el precipicio que implica vivir en un recipiente lleno de cosas que ni podríamos imaginar. Y que no hay que engañarse, que todo pasa. Y que podemos estar hoy aquí y mañana allí. Lo importantes es lo que he dicho antes: que jamás nos falten ganas de seguir adelante. Porque como dicen por ahí, lo mejor siempre siempre siempre está por venir. Y aunque haya malas rachas, siempre hay momentos buenos, como el de ayer con mi madre por ejemplo. Que es la persona más fuerte emocionalmente que conozco. Y cuando estás con ella, sin pretenderlo o pretendiéndolo, se echa en su mochila muchas de las cosas que pesan en la tuya.  Por eso ayer se me olvidó el tema de cuánto pesa la vida y en cuántas cosas feas se me estaban acumulando en la mochila. Al final, cuando ya íbamos de camino a casa, se me había olvidado cualquier ápice triste que me esté coloreando en estos momentos. Y así fue como, entre sonrisas y despistes en buena compañía, caímos en la cuenta de que habíamos aprovechado el viaje y habíamos hecho un montón de compras... pero  nos íbamos alejando, sin ser consciente de que se nos olvida una cosa: la mochila. Y allí nos la dejamos. Y no fue la única mochila que se me olvidó...





Pero bueno, como la vida no va de eso, y como ni los problemas ni los libros kilográmicos se llevan solos, al final, un ratito después, volví con mi hermana para comprármela y ya sin olvidos. Pero a ella no le gustaba la Converse negra. Las mochilas dicen mucho de quien las lleva a la espalda. Y esta me pega mucho más, ¿verdad? Porque si tuviera que ponerle color a lo que soy, elegiría el azul... y bueno, también, en ocasiones, se me da bien eso de quedarme a cuadros.  Y además, estoy absolutamente segura, de que ésta mochila y todas las que lleve en todos los sentidos, pronto van a ser lo que parecen: mochilas cargadas de alegría, también de los miedos que esas alegrías conllevan,  de proyectos y, sobretodo, de iniciativa. Iniciativa para seguir caminando sola, con mi mochila, y con (co)razones de peso que me ayuden a sobrellevarla.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Septiembre, como estado de ánimo.

La verdad es que no sé qué escribir. Me he sentado aquí, he abierto este sitio, y no... no sé qué escribir. Un día, mi madre me despertó diciendo: "Buenos días, churrito, te he abierto un blog". Claro. Ya sabía que algún día haría algo de esto. Y ese día, para su pena, quedaba ya un poco lejos... Así que como quiero hacer feliz a mi madre, y como "a una madre hay que hacerle caso", aquí estoy, sentada, y no... no sé que escribir. Pero hoy me parecía un buen día para empezar a hacerlo. Porque en días como estos, en los que el sol aprieta pero el verano afloja, siento como si las palabras estuviesen más cerca de mí. Lo que pasa es que yo me hago la despistada y las intento ignorar. Pero no puedo. Porque están aquí, sin forma, sin peinar, sin ser. Y yo quiero formarlas, peinarlas y jugar con ellas, ver qué sale y qué acaban siendo. Mi madre querría, porque cree que se me daría bien el malabarismo narrativo.  Y yo no sé vosotros, pero a mí el verano me enturbia. Que sí, que el verano es bonito y es como un eterno dibujo infantil de la típica casita, con el típico árbol y el típico sol subjetivo. Pero no es buena época para empezar un blog. Ya se sabe que septiembre es un mes de empezar, y yo quiero empezar muchas muchas cosas. Este blog es una de ellas. Ya os iré contando, si surge, retales de historias que vaya construyendo, peinando y adecentando. No prometo hacerlo bien. Pero es septiembre, y yo también quiero "recuperar" algunas cosas.  Cosas, como por ejemplo la costumbre de escribir, el "aje" de estudiar o las conversaciones nocturnas con mi hermana, siempre en su cama, por supuesto. Lo demás vendrá ahora. Tengo esa sensación. Y cuando aprenda a continuar con lo que empiece septiembre, puedo probar a "malabarismear" con las letras, esas que a veces están en la punta de los dedos y que no las lloro por falta de tiempo, o por derroche del mismo. Puede que cuando sensibilice esa parte de mí, cuando los malabarismos empiecen a escribir cosas tan "ideales" como la casita y el árbol y el sol poético, cuando empiecen a ser verano, podré convertirme yo en mi propio septiembre... e inventarme, reinventarme, y recuperarme entre palabras cada vez que quiera. Entonces quizá sí que sepa... sí que sepa qué escribir.