lunes, 29 de octubre de 2012

El día en el que.

El día en el que, el despertador, tiene que sonar al menos media hora antes. Puede que no sea un sonido externo al oído, sino una molestia del estómago que te obliga inmediatamente a despertar. Y quién sabe por qué.
El día en el que, la temperatura se recuesta en zona azul y te dice que es necesariamente invierno, porque ya la luna no se adueña de berbenas y juegos de niños y el sol se ha ido de vacaciones a otro sitio. Y quién sabe por qué.

Lo que es seguro, es que el día en el que, no hay besos. Y así, al menos, una puede aprovechar la oportunidad de saborear como sabe sí misma, pero qué va... da pereza y preferimos encender la tele. Porque el día en el que, la cabeza se habla mucho y no para, y parece un amigo emocionado que lleva tiempo sin vernos y tiene que ponernos al día con todo lo que le ha pasado desde hace un par de vidas hasta ahora. Y quién quiere escuchar.

También sé, que el día en el que, una pisa la calle, pero en realidad siente que es la que calle la que no para de pisarla a ella. Y la chaqueta se convierte en el mejor abrazo que te han dado nunca. Y luego los edificios que han visto de ti cosas tan bonitas, cuchichean, y los oyes perfectamente cómo dicen que quién te ha visto y quién te ve. Porque el día en el que, tú, de repente, eres capaz de verte. Y eres capaz de verte así, tan ajena a ti misma, tan objetivamente otra, tan sencillamente tú....

Y así ocurre, en el día en el que, como un cuento de la tradición popular, como una loba sin Caperucito, que el sofá, la cama y las opciones para cenar se libran por fin de cualquier connotación negativa o positiva. Y todo se vuelve sencillo, tan sencillo que, a pesar de toda la inercia que se apoya en tus párpados, eres capaz de pensar muy por dentro: "no sé cuánto tiempo podré aguantar así." Pero no lo entiendes; lo difícil es aguantar de otra manera. Porque el día en el que, es el día en el que todo cobra sentido. Y todo cobra sentido, porque, de repente, nada tiene sentido alguno. Y quizá te des cuenta, y seguro que no te enteres de nada, pero el viento pasará en algún momento en el que la chaqueta te falle y tus riñones descubrirán el frío. Y todo tu cuerpo descubrirá el frío. Y tus pulmones preguntarán: ¿pero quién ha puesto de repente el invierno aquí?
Y luego anochece, supongo, en el día en el que. Como anochece en Tokio, en La India o en Honolulú. Como anochece en tu cama. Como anochece en los días que nunca quisimos que acabaran. Y supongo que una se va a dormir con la sensación de estar más perdida que encontrada.

Así que al final, recoge un par de fuerzas, y se pone a escribir desde el día en el que.  Y cuenta que una se pone muy guapa y echa a correr como quien quiere escapar de Octubre y no puede, y que, entonces, se inventa un día en el que: Un día en el que las sábanas se llenan de promesas de un mañana mucho mejor. Un día en el que el lunes tiene que hacer la vista gorda y fingir que es más guay. Un día en el que él llega a casa pensando en verla pronto. Un día en el que Oniria encuentra a Insomnia cuando se gira entre la gente. Un día en el que "sí, ya lo verás." 

Pero a parte de lo que hay al final del día al cerrar los ojos, aparte de las buenas intenciones de la yo que intenta sobrevivirse cada noche, aparte de todo eso, qué queréis que os diga... Hoy es el día en el que no tengo ni idea de qué día es.

martes, 2 de octubre de 2012

Normal.

Entonces me volví loca y me enfadé con el mundo, y fingí eso que algunos llaman normalidad, porque yo de buena gana me hubiera dedicado a arrancar hombros con los dientes y a masticarlos y a escupirlos mientras grito de rabia en un mundo donde nadie hace eso.
Y la normalidad me tenía que soportar todas las noches, disfrazaba a los viernes de algo que os juro yo que no eran viernes y siempre me despertaba de las siestas con la sensación de esos niños que lloran desconsoladamente porque necesitan un abrazo de mamá.
Pero poco a poco, la normalidad ha ido dejando de romper fotos (porque resulta que las fotos sólo se rompen una vez), de ponerse triste porque ciertas fotos no se rompan,  de quebrarse en los momentos difíciles, de quedarse esperando a quien se fue a pasárselo bien lejos de aquí, de llorar porque ahora la quieran menos, de obligarse a ser valiente, de tener un concepto equivocado de la palabra "valentía", de odiar a personas que no conoce, de odiar a personas que conoce muy bien y ¡ah! también de tintarse el pelo. La normalidad ha ido cambiando por completo... Porque ella sabe que, algún día, volverá a cambiar. Y cuando llegue ese día dejará de ser un sustitutivo civilizado de mi locura arranca-hombros para convertirse en un precioso viernes, de esos viernes, que os juro yo que son viernes. 
Aunque reconozco que hoy, me he despertado de la siesta necesitando que mamá me abrace.