miércoles, 21 de octubre de 2015

Luciérnagas.

El diablo por la noche
necesita un hombro en el que llorar
escuchando canciones de Fabián que hablan de ti
pero nunca de otra
sobre la que cayera ninguna luz
si no es para suicidarse de la pena

que revienta y se esparce por todas
mis pesadillas en las que nacen otros
niños de ojos color
las personas que no somos
ni lloramos
pero tuve el miedo
de que no nos lo devolvieran nunca.

Como el perdón o las gracias
que tantas veces espero de ti
y no contigo

Como lo que se lleva mi rabia
árida y seca
como la tierra
sobre la que piso
porque lleva tu nombre.

Por eso sé que a pesar
de haber tenido que acudir a aquel funeral
sola
de haber nacido yo con la lágrima más
líquida
y haber liquidado violáceas
de haber visto a tu comprensión en el Lago Ness
ahogándome
de haber roto la vajilla de nuestros tatarabuelos
o haberte gritado al oído
que el dolor para ti es sólo una palabra de cinco letras
y para mí
otra

De haber, ha habido
y siempre habrá


la risa
el arraigo
la certeza


de ser tú y yo

nido de luciérnagas
lazo de grafeno
canto de sirena

y aunque sea matar

vamos a querernos

toda la vida.

miércoles, 14 de octubre de 2015

Para alguien a quien no juré amor eterno, y quise siempre.

Quería ser normal.
Te conocí en una época en la que luché a favor de eso:
en contra mía.
Veía a esas niñas de melena larga y porte imperturbable,
de métrica perfecta en la risa
conseguir una vida de anuncio sin necesidad
sin necesidad
de nada.

Y yo era torpe
esquizofrénica
una loca sin locura
sistemática y antisistema
tenía el pelo encrespado
la ropa me acababa quedando
siempre grande
y yo chiquitita
chiquitita
chiquitita...

Aprendí tantas cosas de ti
que tú ni las sabes.

Que el mundo estaba lleno de crucifijos
y rezar era aprobar el clavo
que no sacaba al otro
ni ardía
pero encendiste en mí la primera vela
y creí
creí
creí...

Que en ocasiones veía vivos
y el Dios ese de qué iba, tía
---carcajada en mano---
acariciando las líneas de una Fortuna
que nos tenía los pulmones llenos de alquitrán
y la boca rota de tanto
morder el aire
tragar mierda
y escupir.

Que la guerra era la zona cero
y la derrota, visitarla
todos los días
como la víctima siempre vuelve
al lugar del crimen.

Si sobrevivir era respirar todo aquello:
antes muerta que sin vida
nos compramos un ataúd de lentejuelas
y salimos varias a veces
con la cerveza llena de pájaros
pero volando
de allí.

Qué risas.

Que el éxito era el fracaso
del resto:
no cambiar ni por un sólo día con nadie
que estar mal acompañada era estar sola
y, las otras, unas panolis.

Te admiré
te admiré mucho
porque molabas más que las chicas tumblr
sin melena larga ni porte imperturbable
con tu risa en perfecta métrica
conseguiste una vida de autor sin necesidad
sin necesidad
de gracias.

Menos mal, tía:
las cosas de plástico se rompen
las de cristal se rompen
las de tela se rompen
pero no tu voz.

Sigues aquí cuando escucho canciones que sólo yo entiendo
cuando mi tristeza crónica es más amiga que esa gente
y las calabazas son seres inanimados
que me cuentan historietas graciosas
nunca mejores que las que tuyas.

Eres el cielo de todos los mundos que imaginaste
tenías placas de fricción en la inocencia
y el terremoto que precede al destrozo
y el destrozo que procede a las despedidas es un aro
por el que ya no paso
si no es contigo.

Te echo de menos, amiga
diferente a entonces e igual
de la misma forma
aunque menos borde.

Ahora cruzo
mis ojos color ámbar corriendo
con esas niñas sintéticas pitándome
a sabiendas de que es más bonito el peatón
que toda esa tecnología alemana perfecta de lata.

y también los dedos
para que volvamos pronto
a ser niñas indomesticables, raras, pequeñas y antibonitas
y crezcan, por fin, dientes en las alas de las putas mariposas.

martes, 13 de octubre de 2015

13 martes.

Tengo que ir a la Oficina de Transporte Público para volver a hacerme la tarjeta que solicité y recargué hace justo una semana y que perdí, este viernes, junto a toda la cartera (misma cartera que perdí hace aproximadamente un año).
Lo del DNI va a ser la única cita que preveo, por ahora, en el resto de mi vida. Pero será en un lugar costumbrista, íntimo, muy bonito de ver, del Madrid profundo y castizo, en una comisaria del distrito A Tomar Por Culo.
En cuanto a lo de no tener tarjeta de crédito, está bien, porque tengo gente de confianza cerca a la que puedo hacerle una transferencia astronómica y guardar la sarta de billetes debajo del colchón, como buena señora que ya soy.

Aún sigo muy enfadada con lo que me pasó, porque vine a darme cuenta a eso de las 5 de la mañana después de toda una noche de fiesta. Le escribí un whatsapp a mis padres, que son gente que vive haciendo guardia en las cabinas, porque en el momento me llamaron, en movimiento y despiertos, gestionando toda la basura que implica un robo, siempre con la profesionalidad y pulcritud que derrochan los buenos superhéroes.
Hablando con gente, he descubierto que las pequeñas tragedias cotidianas son abrazo cuando las compartes. Hay una cosa buena de Murphy y es que, ante su Ley, todos somos iguales. Igual de torpes, de vulnerables y de cómicos ante la versión que contamos al tiempo a alguien que se enfrenta a la misma latosa desgracia.
Me he reído, después de haber llorado mucho, después de haber llorado situaciones que no tienen nada que ver con esto. He maldecido. He dicho palabrotas aún cuando nadie me escuchaba. He recordado más el resto de cosas que he perdido en mi vida que el mismísimo monedero.
Y me he sentido muy, muy cansada.

Ayer fue lunes y también fue domingo. Y, como tengo a Laura, por fin, aquí, en mi misma vorágine del octubre madrileño, pude estar con ella y contarle mis historias de Crónica de las Cucarachas y Crónica de las Cucarachas II: El Retorno. Descubrí también que hay personas que han vivido Crónicas de Ratas Que Se Comen Tus Chocolatinas... Será por lo ajeno de la historia, pero eso fue vuelta al pequeño espacio entre el jaleo en el que, sorprendentemente, te escuchas a ti misma reír.

Hoy ha sido martes y también ha sido lunes. Odio levantarme a las 8 de la mañana, para ir, en medio del estrés metropolitano, a una facultad tediosa en la que estudio algo que, realmente, me gusta mucho. Al volver, he pasado 25 minutos en la cola del Supersol: la cajera era una arcada de mujer, el señor de alante había comprado todos los quesos de cabrales del mundo y, al salir, se me ha roto una de esas bolsas de plástico por las que te cobran 5 cien-timacos. Afuera estaba lloviendo con ventisca de 'hola, soy el frío' y yo, carita de ángel caído, he sido una estúpida sin pararme a saludar porque, mientras estaba cruzando la calle inmensa, el semáforo se ha puesto a hacer su perfomance de 5,4,3,2... Una mierda todo, vaya.

Hay personas a las que les he contado todo esto y me han dicho: ey, para lo que quieras estoy aquí. También me han preguntado si mis padres me habían regañado. Y yo he fruncido el ceño, única vez en estos días por extrañeza y no por enfado, mientras sacudía negativamente la cabeza y recordaba la voz de mi madre en la (primera) llamada de la mañana siguiente, diciéndome que todo lo que importaba es que yo esa noche me lo hubiera pasado bien.

Anoche, cuando estaba en la cama apunto de claudicar un puente por el que casi me tiro, sólo pude pensar en la cocina limpita, grande, nueva y amarilla de mi casa, y en el olor del pan de leche en el hornillo-tostadora y en la rabia que me da ir a la despensa soñando con unos donuts que ya no están... Me acordé de que vivo lejos del sitio al que pertenezco y, junto a eso, de la sensación de volver y de todos los colores que sólo aparecen justo entonces. Pensé, entre todo, en la pereza de buscar un disfraz para un Halloween que me va a pillar en medio de Londres con María y todo un ejército de gente a la que quiero, y en el estrés de irme, sólo dos días después de regresar, a Almería.

Luego me abrigué muy fuerte con mi nórdico y no sé qué más. Creo que antes de dormir caí en que hoy iba a ser martes 13. Y luego suspiré embutida en mi armadura contra el ya ineludible frío. Y entonces fue cuando, a una vocecilla sabia en mi cabeza, la sonreí decir:

Pero qué suerte tienes, Irene.