viernes, 18 de diciembre de 2015

Distopía.

Hoy he soñado que te morías
sobre mi regazo de nube y llanto
de intentos de agarrarte
por dentro, buscando
un manual de instrucciones para el mundo
y aún así te fuiste
a otro planeta
oscuro y salínico
en el que no había hambre ni clima
sólo tu inexistencia
corrosiva
una yo en horizontal
echada sobre mi bilis negra
aferrando tus migajas
y Paloma, la vecina
del tercero
diciendo 'no
te preocupes, Irene
yo seré ahora tu hermana'

entonces pensé en todas las veces
que nos reímos
de su ridícula voz que no entendió
los secretos en las reuniones familiares
las idiosincrasia inconsistente de los correctos
lo inconfesable
lo inconexo
lo real
y sentí el hueco
el hueco de la mentira que resultaba la vida
sin ti
de la soledad, una
tristeza que no tenía, sino era
que germinaba en mis huesos
de plomo y disforia,
nacía como nosotras, como dos gotas de agua
que se bifurcan y mueren
antagónicas
despertándome
rompiendo la geometría de mi engaño
en mil cristales diminutos sobre el tacto.


Olvidé por completo
las malas rachas
de hasta 600 kilómetros
por hora muerta que nos trasladó
a la ciudad del viento
olvidando,
incluso,
Valparaíso que existirá para siempre en la memoria
de los testigos de tu risa


olvidé que había estado
tan enfadada por
cosas que me importan menos que perderte
que
me enfadé,
me enfadé aún más fuerte
por no hacerme responsable de mi
incapacidad para transferirme
hermetismo en desorden
búnker en guerra
apología de la pena como discurso identitario,
sin dar lo que yo te pedía
comprensión, tiempo
perdón
todo eso
me volvió tonta, tonta, tonta
ennegreció mis flujos
me impregnó de culpa y otra culpa
más
amnésica, deforme, escapista
pero que siempre encuentra Oniria
una culpa mía
--imbécil, estúpida, ignorante--
por no recordar lo importante, aún palpable
y ya no es sólo que tú estés
viva
sino que yo todavía puedo ser
feliz.

jueves, 10 de diciembre de 2015

Por qué nunca seré escritora.

El lenguaje es la materialización cognoscitiva del mundo. Todo es palabra. Leer a los grandes literatos es como escuchar voces filtradoras de la humedad de las paredes interiores de las cosas: no sólo las vislumbran con pasmosa nitidez, sino que son capaces de transcribirlas con rigurosa exactitud. Sin embargo, esos escritores a los que ahora leo y releo, desempolvando superficies, me recuerdan mi Imposibilidad. Yo no sé deletrear mi desorden, ¿por qué tengo la necesidad de pronunciarlo? Alguna vez conseguí visualizar colores, pero no entender la forma de éstos. Jamás he eliminado la letra pequeña de ninguna de mis defensas, juicios, súplicas, detracciones, apologías ni pueriles cartas. Y aún, hoy, más de veinte años después, sigue doliéndome impunemente. Nunca he sido capaz de contar nada.

No fui capaz de destapar un diccionario y tragarme la insania para decir: sí, era esto; ni de llorar ácido cuando aquello, y fue corrosivo. No conseguí al abrir la boca enseñar la injusticia en mi garganta, ni defender la distopía con mis exiguas peroratas.
Cómo convertir mi llanto en cuento, cómo salir de aquí o entreabrir una rendija. Cómo transgredir de mí. Cómo contar lo que estuvo, lo que se fue, lo que quedó. Cómo atravesar mi cuerpo diminuto y presentaros a Dalila o a esa niña insoportable que pasa todo el viaje preguntando cuánto falta para llegar, cada cinco minutos.

Soy demasiado bruta para edificar, demasiado torpe para bailar, demasiado ciega para pintar todas las luces que soñó Laura... Sólo en el discurso me construyo y legitimo, y es, también, en el discurso de otros, donde pierdo identidad y me diagnostico mediocre, incluso en el de las niñas que detesto, bordadoras de cutres lunas rubiáceas que tampoco soy capaz de desbordar.
Estoy llena de raíces rotas, de elucubración vacua, de por qués incorpóreos.
No me estudiarán en los colegios, ni donaré mis poemas a la ciencia. No emocionaré a una chica en Barcelona, ni sentiré el orgullo de mi madre.
Y, sin embargo, me haré una bolita en la cama y lloraré a Pizarnik, reiré al Principito, depositaré en Borges la comprensión que me hubiese gustado recibir de otros. Me preguntaré por qué entiendo un idioma que no hablo. Sucumbiré, con radiactiva decepción, a la inefable necesidad de transferirme, y seguiré escribiendo, con más hambre que éxito... A sabiendas de que algunos, pocos, hallaron su victoria en el discurso, porque el lenguaje no es insuficiente, pero yo sí.

jueves, 12 de noviembre de 2015

Te odio.

No te odio porque tropezaras con el jarrón chino exclusivo que iba a regalar a mi madre, ni por las malas caras de la tuya cuando me invitabas a vuestras celebraciones en familia.

No te odio porque nunca supieras defenderme de los abusones del colegio, ni porque te comieras siempre todo mi pan bimbo.

No te odio porque no me compraras Piononos cuando fuiste a Granada, ni que sí chucherías en mi cara a Carmen Marina el día de mi cumpleaños.

No te odio por el frío que pasé en la calle cuando no apareciste la mañana en que me diagnosticaron TOC y casi me muero.

No te odio por olvidar que habíamos quedado en Venecia a las tres menos cuarto.
No te odio por dejarme sola.

Tampoco te odio por los buenos ratos que luego no dejaron ni un post it de despedida, ni por hacerme tragar todas las pelis de Star Wars, ni por secarte sin preguntas las lágrimas de aquella tristeza que nunca pudiste explicar.

No te odio por tu forma tan tramposa de mirar la vida y verlo todo. Y tampoco te odio por ir tirando migas de lucecitas por el camino para no perderme tu risa.

No te odio por quedarme despierta componiéndote nanas.

No te odio por no traerte paraguas una noche en la que me arranqué cien pestañas para que no te mojara la lluvia. No. No te odio por haber sido siempre mi mayor deseo (ni tampoco por las veces en las que, yo, te la soplaba).

No te odio por esta certeza de preferir para siempre tu abrazo a la justicia.

Ni te odio porque no miento si juro que ojalá te caiga un meteorito ardiendo en el pecho; ni porque sé que, en el último momento, yo me lanzaría a salvarte aunque me costara la vida.
Cuando ni siquiera te odio por la vida que me costó.


Te odio porque una tarde enfrente de tu casa me rasgué las vísceras con las uñas y lloré cinco años seguidos.
Y, para cuando saliste --agarrado del brazo de Amnesia, radiante por reflejarte en mi llanto, maldiciendo mi nombre hablando de otra-- a mí, que sollozaba ya sangre, me miraste fijamente a los ojos.
Luego, te acercaste a la carretera y yo me levanté de repente.
Entonces tú, titubeante, alzaste la mano.
E, impasible y serio, paraste ese taxi.



miércoles, 11 de noviembre de 2015

¿

¿Y si lo que aguanto es sólo una competición bajo el agua, y me ahogo de pena?
¿Y si esta luz naranja a media tarde sólo es el óxido de mis días de gloria?
¿Y si el cometa al que le pido un deseo antes era de una niña?
¿Y si el día que acabe la guerra nadie grita mi nombre?


¿Y si la próxima vez que le mire a los ojos ya ha guardado quince diciembres?
¿Y si la indiferencia le hace cosquillas en las líneas de las manos?
¿Y si la Fortuna es un lenguaje con ella y para mí sólo humo?
¿Y si prefiere bañarse en el mar que en mi risa?
¿Y si las piedras se llenan de playas?
¿Y si él comienza de nuevo la vida?
¿Y si olvida el olor de las tardes?
¿Y si nunca me pide perdón?

sábado, 7 de noviembre de 2015

Más de veinte años.

Soy una niña salvaje que abandonaron al nacer y fue rescatada por los lobos. Soy del equipo contrario a Caperucita.
A los 12 años, los hombres me secuestraron y me impusieron amnesia, ropa y nombre, y me enseñaron a decir SÍ. También aprendí el miedo, el silencio, el límite, la dependencia y la caza. Y a esperar.

Soy la mejor amiga de Soledad, a la que conocí en un parque que olía a estereotipo y Norit. Al principio no quería jugar con ella porque era diferente a los demás. Yo los odiaba, pero quería ser como ellos. Se me daba mal el fútbol, el pilla pilla y básicamente cualquier ejercicio de coordinación. Sole me enseñó a perder (antes sólo lloraba).

Soy la que necesita encerrarse después de demasiadas horas con gente. La que necesita salir después de demasiadas horas con gente. La que ya no camina deprisa por la calle. La que ya no camina para ir a algún sitio.
La que camina. La que mira hacia arriba caminando. La persona más especial con la que he visto atardecer. La dueña de mis propios ojos. La que sabe ganar (ahora lloro sola).

Me he convertido en alguien que sabe hablar cualquier idioma con las manos, que tiene más miedo de pedir explicaciones que de darlas. 
Una devota rezando para que no se cumplan mis grandes sueños: sólo los profundos. Alguien que tan joven ya no cree en la felicidad absoluta y a la que la nimiedad le parece lo único real: tan cómoda y amable como un plan de peli y manta o elegir volver a casa entre París y volver a casa.

La vocalista de una banda de rock que sabe que lo que le hace grande está detrás, pero se me olvida a veces porque no les veo, no les veo... Y cuando miro hacia el público yo les grito que me debo a mí misma, pero se me olvida a veces porque no me veo, no me veo...

La que recuerda que a los 15 se creía lo más, a los 17 no era para tanto y que a los 19 se hizo de menos.

Una planta carnívora que tritura a los bichos a golpe de pestañeo. Nada que no supiera ya a los 16.

La que se ríe del espejo y le cuenta cuentos para que duerma; la que le pega un puñetazo y se queda llorando siete añicos.

La que ya no os pide ayuda si vais a cobrar intereses.

La villana de todas las historias, malcriada por unos cuervos que nunca me devolvieron la mirada, si no era, acaso, por encima del hombro.

Soy mi propio hombro y, un 70 por ciento, lloro.

Soy un 70 por ciento.

Rapunzel con el pelo pixie.

El caballo del príncipe que resopla, resopla, resopla y le dice: grita, pavo, grita. Estás tan triste...

Soy la mujer que usa los ceniceros para llenarlos de chucherías.

La hija de todas las mujeres que murieron por todas las mujeres. Mi madre es una señora que jamás quiso depilarse el bigote, y también esa que pasó 4 días enteros sin comer para poder desfilar en Milán.
Todas.

La madre que llegó a tiempo a mi propia obra de fin de curso y también la cría que supo que no vendría nadie.

Una abuela refunfuñona que se queja de esta juventud tan maleducada, y que mañana comprará caramelos para todos los niños que juegan en la plaza.

Me he convertido en Marylin sólo para mirar con más comprensión que competencia a Audrey y poder decirle: grita, pava, grita. Estoy tan triste...

Ahora soy una nación que olvida el miedo y los límites, y pregunta a sus distintas partes si quieren ser independientes, y estas desaprenden el silencio y la caza y gritan NO.
Soy, por fin, la presidenta de mi propia tristeza crónica, después de muchísimo tiempo liderando una oposición a la que no pienso volver ni en la próxima lobotomía.

Soy todos los momentos de los que no volví, un mes de abril que robó un chaval y que encontré años más tarde roto en una papelera de barrio, el reloj de mi cocina, las 3 de la mañana eternamente. Todas las cosas que dejé de ser.
Y ya no espero.

Yo soy la ironía.

Una supermuriente.

Ahora soy la que echáis a los lobos y encuentra, por fin, el camino de vuelta a casa.

Si el tiempo no pone a todas las cosas en su sitio, ojalá os sintáis fuera de lugar para siempre.

He gritado tanto.
He callado tanto.
He estado tan triste.
He estado tan tan triste... que no puedo no alegrarme de haberme ido.

Una vez fui Penélope. Menos mal que ya han pasado más de veinte años.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Amores imposibles.

Querernos fue
pretérito perfecto complicado
guerra en el Pacífico
playa desierta.

Quizá fue
por eso
por ser tantos los peces que hay en el mar
que no viniera ninguna sirena a salvarnos
porque nosotros éramos esa ambulancia
que pasa una sola vez en la vida.

Yo fui
la que mordió tu iPhone
la que te ofreció la manzana
la que te expulsó del paraíso.


Tú fuiste
el niño que soñaba con ser astronauta
y tocó el fondo de la Tierra
el hombre que tenía muy claro
qué quería ser de pequeño
un político que roba caramelos
para dárselos a otra.

Los demás fueron
tres metros cúbicos de agua fría
Paquirrín candidato electo
un agujero negro vomitando
toda la mierda.

Y nosotros fuimos
y no puedo imaginar
nada más imposible que eso.

miércoles, 21 de octubre de 2015

Luciérnagas.

El diablo por la noche
necesita un hombro en el que llorar
escuchando canciones de Fabián que hablan de ti
pero nunca de otra
sobre la que cayera ninguna luz
si no es para suicidarse de la pena

que revienta y se esparce por todas
mis pesadillas en las que nacen otros
niños de ojos color
las personas que no somos
ni lloramos
pero tuve el miedo
de que no nos lo devolvieran nunca.

Como el perdón o las gracias
que tantas veces espero de ti
y no contigo

Como lo que se lleva mi rabia
árida y seca
como la tierra
sobre la que piso
porque lleva tu nombre.

Por eso sé que a pesar
de haber tenido que acudir a aquel funeral
sola
de haber nacido yo con la lágrima más
líquida
y haber liquidado violáceas
de haber visto a tu comprensión en el Lago Ness
ahogándome
de haber roto la vajilla de nuestros tatarabuelos
o haberte gritado al oído
que el dolor para ti es sólo una palabra de cinco letras
y para mí
otra

De haber, ha habido
y siempre habrá


la risa
el arraigo
la certeza


de ser tú y yo

nido de luciérnagas
lazo de grafeno
canto de sirena

y aunque sea matar

vamos a querernos

toda la vida.

miércoles, 14 de octubre de 2015

Para alguien a quien no juré amor eterno, y quise siempre.

Quería ser normal.
Te conocí en una época en la que luché a favor de eso:
en contra mía.
Veía a esas niñas de melena larga y porte imperturbable,
de métrica perfecta en la risa
conseguir una vida de anuncio sin necesidad
sin necesidad
de nada.

Y yo era torpe
esquizofrénica
una loca sin locura
sistemática y antisistema
tenía el pelo encrespado
la ropa me acababa quedando
siempre grande
y yo chiquitita
chiquitita
chiquitita...

Aprendí tantas cosas de ti
que tú ni las sabes.

Que el mundo estaba lleno de crucifijos
y rezar era aprobar el clavo
que no sacaba al otro
ni ardía
pero encendiste en mí la primera vela
y creí
creí
creí...

Que en ocasiones veía vivos
y el Dios ese de qué iba, tía
---carcajada en mano---
acariciando las líneas de una Fortuna
que nos tenía los pulmones llenos de alquitrán
y la boca rota de tanto
morder el aire
tragar mierda
y escupir.

Que la guerra era la zona cero
y la derrota, visitarla
todos los días
como la víctima siempre vuelve
al lugar del crimen.

Si sobrevivir era respirar todo aquello:
antes muerta que sin vida
nos compramos un ataúd de lentejuelas
y salimos varias a veces
con la cerveza llena de pájaros
pero volando
de allí.

Qué risas.

Que el éxito era el fracaso
del resto:
no cambiar ni por un sólo día con nadie
que estar mal acompañada era estar sola
y, las otras, unas panolis.

Te admiré
te admiré mucho
porque molabas más que las chicas tumblr
sin melena larga ni porte imperturbable
con tu risa en perfecta métrica
conseguiste una vida de autor sin necesidad
sin necesidad
de gracias.

Menos mal, tía:
las cosas de plástico se rompen
las de cristal se rompen
las de tela se rompen
pero no tu voz.

Sigues aquí cuando escucho canciones que sólo yo entiendo
cuando mi tristeza crónica es más amiga que esa gente
y las calabazas son seres inanimados
que me cuentan historietas graciosas
nunca mejores que las que tuyas.

Eres el cielo de todos los mundos que imaginaste
tenías placas de fricción en la inocencia
y el terremoto que precede al destrozo
y el destrozo que procede a las despedidas es un aro
por el que ya no paso
si no es contigo.

Te echo de menos, amiga
diferente a entonces e igual
de la misma forma
aunque menos borde.

Ahora cruzo
mis ojos color ámbar corriendo
con esas niñas sintéticas pitándome
a sabiendas de que es más bonito el peatón
que toda esa tecnología alemana perfecta de lata.

y también los dedos
para que volvamos pronto
a ser niñas indomesticables, raras, pequeñas y antibonitas
y crezcan, por fin, dientes en las alas de las putas mariposas.

martes, 13 de octubre de 2015

13 martes.

Tengo que ir a la Oficina de Transporte Público para volver a hacerme la tarjeta que solicité y recargué hace justo una semana y que perdí, este viernes, junto a toda la cartera (misma cartera que perdí hace aproximadamente un año).
Lo del DNI va a ser la única cita que preveo, por ahora, en el resto de mi vida. Pero será en un lugar costumbrista, íntimo, muy bonito de ver, del Madrid profundo y castizo, en una comisaria del distrito A Tomar Por Culo.
En cuanto a lo de no tener tarjeta de crédito, está bien, porque tengo gente de confianza cerca a la que puedo hacerle una transferencia astronómica y guardar la sarta de billetes debajo del colchón, como buena señora que ya soy.

Aún sigo muy enfadada con lo que me pasó, porque vine a darme cuenta a eso de las 5 de la mañana después de toda una noche de fiesta. Le escribí un whatsapp a mis padres, que son gente que vive haciendo guardia en las cabinas, porque en el momento me llamaron, en movimiento y despiertos, gestionando toda la basura que implica un robo, siempre con la profesionalidad y pulcritud que derrochan los buenos superhéroes.
Hablando con gente, he descubierto que las pequeñas tragedias cotidianas son abrazo cuando las compartes. Hay una cosa buena de Murphy y es que, ante su Ley, todos somos iguales. Igual de torpes, de vulnerables y de cómicos ante la versión que contamos al tiempo a alguien que se enfrenta a la misma latosa desgracia.
Me he reído, después de haber llorado mucho, después de haber llorado situaciones que no tienen nada que ver con esto. He maldecido. He dicho palabrotas aún cuando nadie me escuchaba. He recordado más el resto de cosas que he perdido en mi vida que el mismísimo monedero.
Y me he sentido muy, muy cansada.

Ayer fue lunes y también fue domingo. Y, como tengo a Laura, por fin, aquí, en mi misma vorágine del octubre madrileño, pude estar con ella y contarle mis historias de Crónica de las Cucarachas y Crónica de las Cucarachas II: El Retorno. Descubrí también que hay personas que han vivido Crónicas de Ratas Que Se Comen Tus Chocolatinas... Será por lo ajeno de la historia, pero eso fue vuelta al pequeño espacio entre el jaleo en el que, sorprendentemente, te escuchas a ti misma reír.

Hoy ha sido martes y también ha sido lunes. Odio levantarme a las 8 de la mañana, para ir, en medio del estrés metropolitano, a una facultad tediosa en la que estudio algo que, realmente, me gusta mucho. Al volver, he pasado 25 minutos en la cola del Supersol: la cajera era una arcada de mujer, el señor de alante había comprado todos los quesos de cabrales del mundo y, al salir, se me ha roto una de esas bolsas de plástico por las que te cobran 5 cien-timacos. Afuera estaba lloviendo con ventisca de 'hola, soy el frío' y yo, carita de ángel caído, he sido una estúpida sin pararme a saludar porque, mientras estaba cruzando la calle inmensa, el semáforo se ha puesto a hacer su perfomance de 5,4,3,2... Una mierda todo, vaya.

Hay personas a las que les he contado todo esto y me han dicho: ey, para lo que quieras estoy aquí. También me han preguntado si mis padres me habían regañado. Y yo he fruncido el ceño, única vez en estos días por extrañeza y no por enfado, mientras sacudía negativamente la cabeza y recordaba la voz de mi madre en la (primera) llamada de la mañana siguiente, diciéndome que todo lo que importaba es que yo esa noche me lo hubiera pasado bien.

Anoche, cuando estaba en la cama apunto de claudicar un puente por el que casi me tiro, sólo pude pensar en la cocina limpita, grande, nueva y amarilla de mi casa, y en el olor del pan de leche en el hornillo-tostadora y en la rabia que me da ir a la despensa soñando con unos donuts que ya no están... Me acordé de que vivo lejos del sitio al que pertenezco y, junto a eso, de la sensación de volver y de todos los colores que sólo aparecen justo entonces. Pensé, entre todo, en la pereza de buscar un disfraz para un Halloween que me va a pillar en medio de Londres con María y todo un ejército de gente a la que quiero, y en el estrés de irme, sólo dos días después de regresar, a Almería.

Luego me abrigué muy fuerte con mi nórdico y no sé qué más. Creo que antes de dormir caí en que hoy iba a ser martes 13. Y luego suspiré embutida en mi armadura contra el ya ineludible frío. Y entonces fue cuando, a una vocecilla sabia en mi cabeza, la sonreí decir:

Pero qué suerte tienes, Irene.


miércoles, 23 de septiembre de 2015

Memorias de Paz I.

Ahora que ha pasado tiempo desde que cambié, es cuando por fin he cambiado. Hasta que no lo descubres no se completa el círculo.
Yo, adicta a silbar a los escaparates, me veo pasar contextualizada en los mismos kilos y metros, un poco ajena a los antiguos kilómetros y lastres.
Andar el camino sigue siendo cosa de un 37 y ese 37 el mismo número de la suerte, pero habiéndolo visto ya crecer. 
Me he cortado el pelo como buscando el origen, y ahora todo es una enorme continuación hacia adelante: incierta y fatídica y, a veces, cuando cesa el ruido, terriblemente maravillosa. 

Tengo miedo, tengo el mismo miedo que el de cuando desaprendí a dormir, pero me despierto como después de una guerra: tranquila. 
El único destrozo fue perder el tiempo viviendo tan dentro de mí: hacerme niña en horario de oficina, convertir mis vísceras en orfanato y no saber salir del sitio en el que me sentaba a escucharme llorar y al que acudía ya por rutina, abnegada, incluso los días en los que las cosas me salían bien. La tristeza es una hija de puta pero tú acabas convirtiéndote en la puta, porque es tanta, tan parte tuya, tanto, que empiezas a preferir que sobreviva a ti.
De lo que sí me libré pronto fue del susto, de despertar con la angustia sin vómito y la sensación de arder en directo, de estar a tiempo de algo, como si me supiera inexplicablemente capaz de echarme a correr y parar un tren que se ha puesto en marcha ya. Pero no lo alcancé. La tranquilidad me abrazó un jueves cualquiera de marzo al salir de la estación. Entonces creo que me compré aquella falda de flores.

Ahora que ha pasado tiempo desde que cambié, he cambiado, ¿te lo puedes creer? 
A veces me pongo de puntillas, de puntillas, muy de puntillas cuando la luna es decreciente; pero entonces es como si volviera a desentender el destino, y la tristeza se me (re)vuelve grande y chiquilla otra vez.
Pero he comprendido muchas cosas también:
Que la patria son las canciones que canto con mi hermana; que ganar ha sido tan sencillo como descubrir lo que de verdad tenía, y celebrarlo; que no hay cosa más bonita que dejar de calcular la belleza; que tender la mano al enemigo es, a menuda, darse una oportunidad; que la gente buena es la honesta y que a lo mejor esa no es la gente 'buena' pero sí la que me gusta a mí.
El tiempo es verdugo y cómplice: verdugo mientras cambias y cómplice cuando por fin sabes llamar al cambio hacerse mayor.
Me siento mayor y mayor.

Vamos a vivir para siempre, ahora lo sé. Morir es el trayecto hasta olvidar la muerte; un camino repleto de paradas y maniobras de reanimación. Es verdad: la gente muere con los ojos abiertos, y yo he vuelto a aprender a dormir. 
No temo soñar con la guerra, no será real al despertar. Se acabó el fuego: las cosas que no existen arden fatal. 
Ahora que somos mentira también somos libres.

sábado, 5 de septiembre de 2015

Hoy ya.

Soy una habitación vacía
un mundo vacío
un universo vacío.

Y aunque suene tu nombre
como oleaje severo
como viento de enero...

Y aunque griten mil hombres
y no acallen la nada
y mueran mil hadas
cuando susurras 'no creo'

Y aunque compartimos recreos
y sin ti quede miedo...

Y aunque destronaste titanes
y sé que te quiero

Y aunque reinaste infinitos
coronando mi pelo
de flores, de dedos
de cielos enteros

Y aunque faltes para siempre
en el lado izquierdo de este hueco

Y aunque se parezca a ti
lo que sale en los recuerdos
no eres tú

ni es tu voz
ni es tu abrazo
ni es tu anhelo

-hoy ya-

de la talla de mi eco.

jueves, 20 de agosto de 2015

Sin Eva no hay paraíso.

En algún lugar hay una Eva a la que me parezco. Pero ella es mucho mejor.
Reivindico su corona y sus más de cinco años de experiencia. Comparto su tristeza y el destierro, y los sé más suyos.
Ella estaba ahí mucho antes de que yo llegase, y permanecerá después. Lo supe al ver todo ese jaleo: el paso del tiempo endeble, el desorden, las colillas en la ventana, los tatuajes de las paredes con tinta de limón, la piel marcada, el enfado, los domingos por la tarde, el ruido de la palomitera y sus cenizas esparcidas por todas las ruinas de aquel edén. Jamás ninguna palabra habla de ella y, sin embargo, todos los silencios lo hacen.
Ahí se palpaba a Eva: raquítica, borrosa, inmortal. Y yo la encontraba cada día.  En sitios en los que me molestaba mucho: en mi ropa más bonita, en las flores de mi pelo, en la risa contagiosa y  hasta en el logotipo del puto iPhone; pero su ubicuidad también me la presentó en los discursos mejorados, en los tratados de paz, en las divinas rectificaciones y en el pecado que nos salvó.

Eva existe en la circunferencia de mi moflete y en mis ojos verdes y en mis ojos rojos, y aún así sobrevivirá a mí. Se quedará cuando yo me vaya -en los muebles, en los víveres, en las próximas guerras- y será el mayor motivo de mi partida así como también el mejor trozo. Cuando me aleje veré su bandera en la cima de mi derrota, su sonrisa absoluta, serena, triunfante, y residirá para siempre, incorpórea y quisquillosa, por los siglos de los siglos, en todos los rezos de él.

Y no puedo luchar contra eso. Ni quiero. Ni evitaré la mirada cómplice cuando la observe ganar.

Eva es la primera mujer y la dadora de vida. Y la hija de puta se hizo costilla.

miércoles, 29 de julio de 2015

Todos los paseos de vuelta.

Empiezo a andar y la soledad me va prestando la chaqueta. No pregunta: se la quita, me la extiende, siento su peso en los hombros. Qué calor.
El verano más caluroso de la historia.
De la historia de Cristina, que la zorra no se portó bien. De Paola, que se acaba de despedir de mí, y quién diría que no lo hizo hace tiempo. De Javier, que le echo de menos justo aquí en esta costilla que me estoy apretando tan violenta. De Loles, que abrió un bar en Ponferrada pero ella aún no lo sabe. De Jesús, que creyó en mí porque no me conocía como Pedro, que ahora es un nihilista en rehabilitación y sabe dios qué más.

El tiempo pasa. Noto como el tiempo está pasando. Puedo oír el tic tac de las agujas del tacón. Avanzo. Los estúpidos adoquines intentan atraparme pero, aunque torpe, yo soy más rápida. Caer parece lo lógico, pero no caigo.
Tic tac. Tic tac.

Hay alguien fuera de mí que no soy yo. Se mueve por mí, sacude mis manos. El aire es insustancial y transigente, de plástico y del barato. No me habla de nada o no le quiero escuchar. Veo pasar como escenas de teatro mis lugares de recreo. Tic tac. Tic tac. Tic tac. Van quedando atrás sin un murmullo, sin un mal gesto. La oscuridad los tiñe de intangibles y ajenos. Los miro, pero están en la otra punta del universo. Hologramas de otra zona del espacio-tiempo.

«Juraría que yo no he crecido aquí... Juraría que yo no he crecido aquí».
Tic tac. Tic tac. Tic tac.

El reloj de la catedral sentencia. Dicta. Me asusta. Me duele. Le exijo. Le grito muy fuerte en mi cabeza que no. Dejo de oír lo que estoy gritando. Rasco con violencia la sien y arranco alguna idea de mi mente, pero no distingo cuál.
Se calla. Todo se vuelve más irreal.
Tic tac. Tic tac. Tic tac. Tic tac.

Intento ir más rápido. Voy más rápido. De repente, ayer. Tráfico. Risas. "No te quiero volver a ver". Años. El dulce ronroneo de los vientos cómplices. Lo que pasó. ¿O no pasó eso? ¿Lo recuerdo bien? Lo recuerdo mal.
Lo recuerdo.
¿Me recuerdas?
No me merecía que se me perdiera aquel pendiente, ahora lo sé.
Tic tac. Tic tac. Tic tac. Tic tac. Tic tac.

Cuesta abajo y sin frenos. Como todo lo demás (alguna vez). Me perdí a los 8 años y la pesadilla dibujó este sitio.

«Cuantísimos miedos pueden caber en una niña de 8 años... Cuantísimos».
Tic tac. Tic tac. Tic tac. Tic tac. Tic tac. Tic tac.

Ya casi estoy.
Tic tac. Tic tac. Tic tac. Tic tac. Tic tac tic tac tic tac tic...
Ya está. Agarro el barrote del portón como si ahí dentro estuviera encerrada la libertad. Tic tac. Cierro y salve.

Tic tac.
Adiós cárcel.
Tic tac.
Adiós aire, adiós oscuro, adiós soledad.
Tic tac.
Adiós Cristina, Paola, Pedro y Javier.
Tic tac.
Adiós reloj. Adiós prisa. Adiós tacones. Adiós agujas que se clavan.
Tic ... tac.
Adiós miedo.
Tic... tac.
Adiós.

En cuanto suene el próximo y último portazo, yo ya habré olvidado todo eso
otra vez.

viernes, 24 de julio de 2015

La importancia.

Manuela, María, Consuelo, Carmen, Susana, Marta, Lola, Patricia y Raquel.
Pero
la arruguilla superior del labio y
el miedo a morirme durmiendo
y no darme cuenta
el miedo a morirme despierta
y no darme cuenta
la angustia por sobrevivir a una vida
que no quiero (?)
que no elegí (?).

Los días en los que entendí algo
la nostalgia que adopté a los 13
y que se hizo mayor
conmigo
los martes.

El '¿me vas a abrazar toda la vida?'
y el abrazo justo después
que duró toda la vida
y que luego se fue
para siempre

La mentira
el exceso de realidad
la gente que no me gustó
la tara de no haber sabido celebrarme.

las barbies
las muñecas
Manuela, María, Consuelo,
Carmen, Susana, Marta,
Lola, Patricia y Raquel.
el juego del ahorcado
en el que Irene nunca era la solución
pero sí el problema.

El nudo en la garganta
la asfixia
el desenlace fatal
la tendencia a la autodestrucción
(y lo asquerosamente comercial que se volvió eso)
la mediocridad
los distintos matices del melocotón
la brillantez de quien nunca anunciará arroces
y los ojos más bonitos del mundo.

La torre de Babel de quien aprendió a saludar en 7 idiomas
pero no a despedirse en ninguno

El mito.

Los libros que no leí
los cuentos que no escribí
las canciones que nunca escuché.

Todo eso hablaba de mí
todo me llamaba a mí.

A sabiendas de que si Irene era la respuesta
cualquier Irene podría haber respondido
muchísimo mejor que yo.

jueves, 18 de junio de 2015

Y mañana, otra.

El viernes fui Carolina. No paraba de reírme.
Tenía la piel perfecta, un destello verde en los ojos y reflejos rubios en el pelo. Los chicos vaporeaban suspiros al verme, y mi risa encantadora firmaba libros de poesía para todos.

El sábado fui Andrea. Pasé toda la tarde en la cama escuchando a Radiohead. 
Mi tono aceitunado tenía un toque agradablemente enfermizo. Y me definían las típicas ojeras de las modelos de moño y porte caóticamente perfecto. Era vegana, despreocupada pero atenta, y la gente me regalaba chuches porque sí. Mis amigos me adoraban. Todos me sacaban banales conversaciones en las que yo sabía charlar de lo trivial como si fuera algo importante.

El domingo fui Penélope. Me tiré esperando a nadie toda la vida.
Recogí mi ropa, mis cosas y mis cenizas, y me mudé a otra piel más amplia con vistas al mar.

El lunes fui Consuelo. Tendríais que haber visto qué bonitas mis clavículas.
Era una chica ordenada, puntual, con las cosas claras. Había superado todo lo que había perdido. Una mirada tranquila, de sonrisa idónea, de levantar el meñique a la hora del té.

El martes fui Sofía. No paraba de llorar.
Tenía la piel hecha un asco, los labios cuarteados, las uñas astilladas y el pelo chirriante. No creía en nada. Menos mal que la camiseta oversize me tapó las rodillas cuando acabé con el agua caliente de la ducha. 
Aquel día, miré varias veces al vacío pensando que si Dios existía era un hijo de puta.
Me descubrí rezando por alguien a quien quería mucho, justo antes de dormir.

El miércoles fui Susana. Una superviviente de mí misma.
Alguien que ni ansiaba o temía el futuro ni despreciaba o idealizaba el pasado. Sabía cocinar, 3 idiomas, lo que quería hacer con mi vida y esperar. 
Me costó 20 años aprender para qué servía la memoria, el amor desinteresado o el no contarle a los demás lo que había hecho por ellos. Pero cuando por fin lo supe, sentí como si La Paz fuese un lugar de verdad en el poder quedarse a vivir sin tener que marcharse a Bolivia.

El jueves fui Paula. Una chica normal.
Reconozco que me pasé con el helado de chocolate. 
Mi mirada nostálgica pasó la mañana viendo cómo despegaban los barcos y rompían a llorar los que tenían tantas horas/días/años de lágrimas por delante. Recordé que crucé océanos de tiempo para encontrarte y que no lo hice.  
De pronto, sonreí.


jueves, 19 de febrero de 2015

Cartas de no amor.

Me he despertado tras tu pasos ya algunas mañanas y el aire sigue siendo denso, la cama sigue siendo un nido de nudos; las noches son batallas en las que, arropada, siempre pierdo.
Me he despertado y he sentido el vértigo, la desidia, la desazón de que existieras, el clamo al cielo, el no me lo creo, el qué coño está pasando aquí.
Y es que no te quiero, mi vida.
Ni siquiera cuando haces mermelada e impregnas el aire de polución rosa. Ni siquiera cuando sonríes, y crees que en los ojos tienes chiribitas, y yo sólo veo cucarachas (y me sorprendo a mí misma hinchando las aletillas de la nariz).
No te quiero, mi vida, porque te faltan arco iris en las formas, y huracanes en los fondos; y no tienes ni idea sobre los distintos matices del color rojo.

He ido a tu palacio ya algunas mañanas y me he descubierto dragón, y a ti rey necio y mentecato. Y he suspirado fuegos, porque ni siquiera te he visto merecedor de proclamarte mi Némesis, ni antagonista, ni víctima, ni siquiera simple adversario... Te he visto agazapado entre tu propia ignorancia, haciendo insulsas gracietas sobre las banalidades más ásperas, tomando posición entre las filas de atrás. Y rápido he sofocado el incendio, mientras decaída he comprendido que tú ya tienes cualquier batalla perdida. Y que la princesa a la que salvar es sólo una inteligencia básica encerrada en la cúpula de la torre más alta.

Luego, me he ido a casa y te he maldecido. Algunas mañanas ya; muchas mañanas ya. Te he odiado por convertirme en este pozo de literatura rancia, de grandes ofensas sin insulto. Te culpo de esta lengua viperina, de estos rasgos de serpiente, de este infierno que lidero.

No te quiero, mi vida, y me he creído que podía hacerlo. Y me he creído que podía hacerlo porque cualquiera se apropia del chiste cómodo y de un previo (muy previo) saber estar.
No te quiero, no te quiero, no te quiero: ni cuando haces acopio de falsas actitudes, y serio hasta te pones interesante; ni cuando veo tu sonrisa estática y casi olvido todo el tonto proceso que te lleva hasta ella; ni cuando en mi cabeza exhalas un "no te vayas, mi vida, te quiero, mi vida", y me rezas, mi vida, porque tú sólo sabes arreglarlo todo dándole trabajo a algún mágico Dios.
Qué irónico... Tú que jamás creerás en la magia, tú que no ves más allá de los ramos de flores los 14 de febrero.
 Ay, como alguien dijo alguna vez: "algún día un superhéroe salvará el amor de las garras de los románticos". De momento, sálvese de ti cualquiera con ambición y pensamiento divergente, cualquiera que crea en la veracidad de idiomas inventados, en la complicidad personalizada y en la sanidad pública.  
Ahí te quedas, mi gordi, con tusdomingos de partido, con tu cervecica recalentá.
Ahí te quedas, mi cosi, con tus pachangas con los coleguis, con tus proyectos de novias que cumplan sólo el requisito de quererte mucho, con tu 6 horas de tele diarias y tu creer que UPyD es un partido de izquierdas.
Ahí te quedas, corazón.

Y gracias por todo, por esta moraleja. Gracias, mi vida, gracias por esta aprendizaje sobre el amor, sobre la vida y sobre las cosas.
Gracias por hacerme creer en mí, por sacar a destajo mi poesía innata, mis ganas de volar, mi pedantería, mi no, mi yo valgo más que todo esto.
Gracias por aquel mcflurry.
Y sobre todo, gracias por conseguir que una tarde de viernes me parezca mejor plan leerme un libro que salir a dar un paseíto con alguien.