sábado, 29 de octubre de 2016

Microcuento.

Había una vez una tía tan buena, que era buenísima en mil cosas
tan buena en explicar la siesta de un martes que entiendes la Teoría de Cuerdas, y durante ese rato olvidas todas las que alguna vez quisiste enrollarte al cuello
una tía eficiente a la hora de hablar; una speaker spiker
un patio de butacas jugando a la comba; una mano invisible de voz que clava las uñas en cada garganta atenta;
un silencio diferente al de un sepulcro.
una chica de ciencias, porque ansías la química
una chica de letras, porque acabas viéndola en la sopa
una experta sismógrafa que, al final de la intervención, te hace cuestionar cuánto mide tu cuerpo en la escala Ritchter
una tía que sabe de dialéctica, farmacognosia, histología, flores silvestres, diplomacia y la lógica que sigues
una politóloga, políglota, polícroma y polífaga de Doritos
una chica práctica, teórica, discípula del contradogma
tan buena, que la técnica en sus manos es decoro, y las usa
y dice y cuenta y construye y limpia y sujeta y ofrece y pide y agarra y acaricia y aplaude el talento en la repisa que no alcanza
un metro sesenta y uno del saber reconocer hasta donde se llega
y hasta donde no
cuarenta y ocho kilos de recursos más útiles para cambiar el mundo que toneladas de dinero sucio en sacos terribles
una chica tan humilde que reconocerías de un abrazo
tan para tanto que no es para tanto
una mujer lista, perspicaz, ingeniosa, cómplice, crítica y moldeable; una fiera, una tiburona, una lucecilla en la playa; alguien que podría haber llegado a cualquier parte


pero estaba obsesionada con que la quisieran.

miércoles, 26 de octubre de 2016

Pacwoman.

Es cierto, tenías razón
tenía que seguir por mi ruta de letras; tú, la cuadratura de un círculo
la infalible lógica de reducirme a la absurda:
eres falsa
tan falsa como la crema de avellana en el barquillo
no existe, si no quiero, la crema de avellana en el barquillo
,
eres falsa y mi naufragio te aplastará los ojos
aplastará mi rabia
aplastará tus dientes tibios, diluirá la leche
no dilucidaré 
tu madre no te recordará respirando de niña
tus hijos machacados no te recordarán
meriendas de chocolate no purgarán tus manos
la luz te partirá al abandonar tu cuerpo diminuto
tu cuerpo diminuto se romperá
derramará tu verdad negra
eres líquida y se licuarán tus días
removeré mi estómago 
y te volverás soluble
hasta que te disuelva.

Era cierto.

Soy un setenta por ciento agua y un treinta por ciento sed
seguramente esto ya lo ha dicho alguien antes
también portaba algo cuando iba a casa de su abuela
probablemente lobos un poco más adelante en el camino.

Me hubiese gustado contártelo
cuántas veces en cien años repetí esa frase mientras dormía
acercándome como una polilla, de la luz, más a las facturas
alejándome de la que por las noches dejaban por mí encendida.

A oscuras he visto cumplirse lo que decías
partida tras partida
y descubrí
un juego de mesa en ver pasar los mediodías
las carcajadas inconexas, la cocina llena de gente
el bullicio
mi capacidad de moverme como una ficha de colores hacia la casilla de salida
y salir
sin tirar nada
sólo lanzando los besos ya dados
porque esa ha sido mi entereza: seguir llamándolos suerte.

Soy un setenta por ciento agua y este es mi treinta por ciento de suerte:
mi humanidad porque te reías
mi risa porque soy humana
el dios sueco que no escuchó mis plegarias impías
mi memoria deshecha a pesar de clavarle las uñas
para que no se durmiera
,
mi memoria arañada
mi memoria dormida
,

haberte pagado con creces, aunque eso me hiciese pequeña
,
mi suerte, también
mi cero alergia a la Nutella
mi músculo-puño funcionando mejor que tu iPhone frío
querer hacer, siempre, de un grano de arena una montaña de Ferreros Rocher
,
mi dignidad íntegra, porque he hecho, siempre, lo que quería
,
las costillas de L soportando mi respiración maldita, de donde ahora brotan
florecillas que veo al pasar volviendo a casa
tranquila
volviendo a casa, haciendo zetas
a contracorriente, trayéndome por fin de vuelta a esta orilla.

Soy un setenta por ciento agua y un treinta por cierto;
del resto, ya ni idea.

Soy un setenta por ciento agua y un treinta por ciento la parte del Ártico que sobreviviría a la extinción de la raza pero no al invierno de un año tonto.

Fui cien por cien un año tonto

y luego otro

y luego otro

y luego un setenta por ciento.


Soy un setenta por ciento agua, y lloro


soy sólo un setenta por ciento


pero tú ya no eres nada.