martes, 4 de septiembre de 2012

Pequeño resumen de un año llamado Domingo.

Martina tiene un sueño- ¿y quién no?- que no para de llevarle la contraria, que se hace caca cuando está en la calle riendo con amigos, que no se queda quieto mientras intenta darle la comida, que se cae porque no permite que ella le ate los cordones. Martina tiene un sueño y cree que nunca va a verlo crecer.
Hace todo lo que puede: pasa días a solas, compra carne de paciencia en el supermercado, e incluso se lava las manos con productos antiesperanza, a ver si así, no se le cuela la euforia que lo fastidie al final todo. No puedo contar qué sueña Martina. Pero ella suspira, y suspira y suspira que necesitaría un par de vidas, quizá suertes, quizá treguas del reloj... Pero no hay martes en los que se resista la tradición de que los errores cometidos rompan en sus ojos más fuerte que las nubes a la hora de morir.
Martina es torpe y resbala, resbala y  resbala en el agobio, en las prisas, en septiembre, en todo lo que al final no pudo ser. En todo lo que al final no pudo ser. Qué tontería... como si hubiera algo que, al final, sea.
Martina es esa parte de la historia en la que ya no da miedo la muerte, en la que te quedarías a vivir, porque lo estarías haciendo para siempre aunque la vida acabara a las nueve menos diez. Y Martina entiende esto, porque ella cierra los ojos y tiene un universo volcado, y volcado y volcado dentro de su alma, y sabe cosas que apenas entenderíais, que apenas lograríais diferenciar de otras, que apenas dedicaréis vuestra insípida existencia en reparar cuáles serán. Pero ella lo sabe, porque ya ha pasado varias noches entre la pequeña gran línea que separa el significado del verbo ir del significado del verbo irse.
Y Martina se fue. Como se van los días felices, las mentiras que nos dicen las personas a las que queremos y dicen querernos también, como se va el rencor y como se va un trozo del tiempo al que echaremos de menos. Y Martina volvió. Como vuelve el otoño, como vuelve la VERDAD de la mano de una persona que te quiere de verdad, como vuelve la nostalgia, como vuelve un trozo de tiempo al que echamos de nuestras vidas un día sin mirar atrás.

Martina tiene un sueño -¿y quién no?- que se le quiebra por las noches, que la engulle y la destroza, que le llena los pulmones de cosas feas. Martina no te canses. Todos queremos cosas que en realidad no queremos, vivimos momentos que en realidad no vivimos y también somos personas que en realidad nunca llegamos a ser. Nos han tirado las certezas a la cara y las mentiras, y a veces no hemos sabido -ni llegaríamos a saber- cuáles eran unas y cuáles eran otras.
Martina, por favor, no seas eterna. Sueña fugaz, y fugaz y fugaz sobre las cosas que no duren para siempre. No te caigas al precipicio cuando todo lo que echen de menos tus ojos se haya ido por el sumidero de la vida. No bajes nunca a buscar un imposible... Pero qué os voy a contar... Imposible es intentar convencer a alguien de que no haga eso.
Pero Martina en realidad lo entiende. Al final entendió de ausencias y de años que se te quedan clavados en la garganta. Claro que lo hizo. Y también entendió que a pesar de la cobardía acumulada en el riñón, había que seguir poniendo en marcha aquel insoportable y chillón despertador. No ha dejado de sonar ningún día. Aunque ahora todos los días sean lunes.

Martina tiene un sueño -¿y quién no?- y ahora sabe que por mucho que se le resista, por mucho que se le atrofie o por mucho que alguna vez se le cumpla, siempre siempre, tendrá un sueño maleducado en el bolsillo. No me malinterpretéis: ella no es optimista. Se ríe y come helados, y sigue gustándole cenar con gente para ver Eurovisión. Le gusta la vida -¿y a quién no?- Pero ella entiende que a veces, esa misma vida que alguna vez le dio tanto, hoy puede dejarle con absolutamente nada. 
Hace poco le pregunté a Martina que qué había aprendido hoy. Nunca contestó. Y fue en aquel momento, cuando Martina me enseñó que no todos los días se aprende algo.