domingo, 14 de octubre de 2018

por qué hasta las 9 de la noche no se puede cenar

yo de verdad que odio los poemas pretenciosos

y también lo naíf, y sé

que hablo demasiado desde cuerpo

y de lo que se me pasa por el estómago

 - mi estómago es una batidora-


pero ya he conocido a demasiada gente, y es que siempre

es lo mismo:

los domingos son domingos y las conversaciones son

exámenes;

y yo sé que el hartazgo es denso, y sé que soy joven

y sé que debería comer más fruta si no quiero

que mis células esquizofrénicas urdan

bultos que no alberguen pelos o dientes


y sé que debería cuidar, atender con esfuerzo 

las cosas importantes, porque las sé 

-y eso es lo único que mañana no voy a perdonarme-


pero por algún motivo extraño

me resulta imposible

y mira que no comprendo un monstruo irreparable

y que mañana diré ¡dios mío, no era para tanto!

pero ya sé lo que es no respirar

ya he sido el neonato que sufre el impacto

de la asfixia por vez primera

ya he venido al mundo a la contra

y me he dolido aunque

no tenga ni idea de nada;

y me han querido, es verdad

y han querido darme cosas, y seguro

que han pensado en mí al cerrar el contenedor de basura

y que los regalos eran regalos y que mi risa tiene energía eléctrica;


pero yo a toda la gente que me quiso

a toda la gente a la que quise

a toda la gente que me quiere y quiero

y que me querrá, y que yo querré

que me quiera

mucho


le preguntaría:


¿pero tú quieres

que sea feliz? 

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