sábado, 16 de mayo de 2020

A las chicas que compartieron conmigo los veintipocos

¿Te acuerdas de cuando llegaba la época
en la que la ropa ya se secaba en un telediario.
El telediario que le quedaba a tu relación maldita
en el que todas declaramos que era normal
que siempre le saludábamos.

¿Te acuerdas de la Calle Luchana
que tenía más salidas que nuestras carreras.
Aunque consiguiéramos una buena media
aprendimos más a correr
por una hamburguesa de 320
ante la atónita atontada mirada del señor
sentadas a la derecha de un padre, del hijo
y el espíritu santo
afirmando que nosotras nunca seríamos
esa clase de mujeres.
¿¿¿¿¿¿

¿Te acuerdas de cuando le chupaste la sangre a tu novio
y sabía a morcilla.
Mareada por falta de Fe y por representar un papel
que podía haberse quedado en un rollo de cocina
insípido, informal, lleno de malentendidos—.

¿Te acuerdas cuando volví a las 8 de la mañana
y te confesé que el amor era un nido
que había olvidado limpiar en mi estómago
tres años antes, cuando el cuco voló sobre mi cabeza
(como una bala).
E hicimos galletas esa misma tarde.

¿Te acuerdas, Bárbara,
de que nos caíamos raro
y sin querer nos hicimos amigas
al menos en 72 ocasiones.
Y vimos nevar un día de junio
en la plaza del Tiananmén
aunque nadie nos creyó nunca.

¿Te acuerdas de cuando no nos importó
lo que pensasen los demás.
Aquella hora y media.
Urdimos un plan perfecto enfrente del ministro del interior
sobre cómo salir de nosotras mismas.

¿Te acuerdas de los últimos momentos
en nuestra casa-laberinto
porque siempre encontrábamos lo mismo
da igual cómo entráramos
en los que te dije:
esta es nuestra juventud,
esta es la luz que se puede guardar en un depósito.
Y olvidamos
que estuvimos tristes
que estuvimos enfadadas
que estuvimos enfermas
que nunca nada fue demasiado.
Y olvidamos
casi todo
lavar cacharros
recoger la ropa (máx. 4 días tendida antes de considerarse bandera)
cambiar el filtro de las aspiraciones
pero algo no: aquellos días ágiles
como los brazos de Marita
que iba a baile dos días por semana.
Y aprendimos
que sólo quedarían dos cosas:
las dudas y los recuerdos.
Y probablemente una tercera
difícil de digerir y reconocer (aunque quisiéramos)
inimaginable para cualquier otro tipo de animal salvaje
pero que estaríamos dispuestas a combatir
por aire, tierra, mar y teléfono
que estaríamos dispuestas a entender
que estaríamos dispuestas a esperar
que estaríamos dispuestas a asumir
si acaso eso nunca pasara
con la paciencia de las madres
que, teníamos razón, probablemente
nunca seríamos.

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