sábado, 16 de enero de 2021

Las peras que el olmo ofrece

Nuestra relación cambia,

ya desde aquel día que me dijiste te quiero

y yo vi el paredón,

y en vez de dar la vuelta, correr

apoyé mis dos manos

sin saber qué color primario quedaría fuera,

aliviada por la huella amarilla 

y la huella azul.


Pero las marcas cambiaron

después de la primera noche que ni siquiera me acosté

pensando cuánto te debía gusta Juana Doe

para que, en mitad del amor, la vieras

la besaras, 

me encararas al paredón,

fusilaras la poesía.

Y no dormí, no por la pena

sino por el miedo

a que tú cambiaras;

apreté los dientes, grité

casi un año entero

y gritaba y gritaba y gritaba 

pero al final de todo: era yo la que cambiaba

la que fue masticada por una sombra

o la que masticó una sombra

o la que no pudo masticarla y se la tragó

y la supuraron los ojos

los gritos

y gritaba

por no pronunciar el dolor

tomando decisiones que aún hoy no sé

si yo podía permitírmelas.


En cualquier caso, no pude hacer nada: 

nuestra relación cambió, 

a pesar de que antes, mucho antes

del primer Gran Error y el primer Gran Acierto

fui a la iglesia, me postré ante cristo

y le dije dame tu infinita

pasión

por la espalda, mi hermana 

me prometía: siempre se acaba

pero puede que al morir

llegues al cielo.


Y efectivamente, nuestra relación cambió

y chapoteamos en los lagos más limpios

y se me curó la piel, y visitamos a tu abuela

y el horizonte se convirtió en melocotón dulce

más allá de las montañas 

y el verano.


Nuestra relación ha cambiado:

desde el te voy a querer siempre y ver 

el cielo abierto,

hasta el diciembre que dudaste, te vi dudar

y cerré los ojos,

y la tierra se me llenó de uñas;

hasta ahora:

que a pesar de que nos quemaron los caminos

nos encerraron en una casa llena de vísceras

sin ventanas, sin más esperanza

que la del defecto,

nos seguimos esperando

nieva en donde el fuego;

rezamos porque las cosas cambien.



Nuestra relación cambia,

desde hace dos años y medio;

tres, si contamos la noche en la que te pedí un vídeo

porque te parecías al que me gustaba de la tele 

y a partir de la mañana siguiente: cambié

yo sola y en silencio,

empecé a cambiar 

en vertical

a subir la cabeza

y tal vez por eso 

ahí estabas el día 

que nos reencontramos.


Nuestra relación cambia

a pesar de que desde que te quiero,

he estado yendo a la iglesia

irguiéndome ante dios,

suplicándole el infinito

por la espalda.


Y ha habido guerras, 

y hemos cambiado con gente en común

alguno, si te acuerdas, con carita de San Pedro

y que nos recordará para siempre

juntos y jóvenes,

y yo no sé si eso es suficiente

para que dentro de 60 años

se abra una puerta dorada;

pero ha habido paz,

y hemos conocido múltiples versiones de nosotros 

algunas, si te acuerdas, se dan la mano y aparece

la aurora boreal, más allá del muro

del amarillo y el azul y los tonos

que no se pillan bien por whatsapp pero la paciencia

y los cachorros que sacrificaría por tu hambre

pensando lo increíble que resulta

poder volver a hacerlo

porque antes de ti, yo era más pequeñita e ingenua,

y cambié de la mejor manera posible:

amando, mirando a los ojos

levantando la cabeza.

Y a pesar de todo, a pesar de que mañana

el atardecer vuelva a pudrirse como la fruta olvidada,

hoy temí que hubieses cambiado,

que ya me quisieses menos, y me he callado

porque he cambiado, 

he cambiado, 

he cambiado,

y al irme a dormir me has dicho:

te quiero tanto, 

te quiero tanto.


No hay comentarios:

Publicar un comentario