miércoles, 24 de febrero de 2016

Cartas para India.

La memoria es un sitio en el que no para de llover
encima de ti, como en una de esas películas, pero sin fe
dejándote más calada que viva
incesantemente calada
tras calada
al mismo cigarrillo que hubieses pisado de niña.

La memoria es un artefacto que promete
decirte quién eres pero no conocerte
funciona pero se atasca
como aquel vinilo del abuelo
o el primer beso
o el tobogán naranja del parque de San Blas.

Tal vez pasen algunos años hasta que puedas entender
que el paraíso al que llamarás hogar sólo era un tiempo primigenio
mucho anterior a los rascacielos y a las ciudades y a los columpios
en los que se mecían tus sueños cada vez más altos
más altos
más altos y la herida en la barbilla será
la marca que hiciste en la madera para comprobarte crecer.

Tal vez no te puedas creer que haya pasado tanto cuando entiendas
que el infierno es llamar a casa y que no te lo coja nadie
que no exista la voz de papá, y no otra cosa
que aquella niña a la que impulsabas en el balancín
podría caer tan bajo
tan bajo
tan bajo y la sangre en el asfalto será
la huella que dejaron otros.

Te harás mayor a golpe
del cálculo aproximado
estrechando el margen
entre calma y agorafobia
agorafobia de la pequeñez
de la niña interior
a la que hiciste daño
a la que estiraste tanto que cedió
a la que te atreviste a mirar desde arriba del hombro
sin tener ni idea de la que se te vendría encima
después
cuando la memoria se te apareció como un fantasma
de ojos rojos, un monstruo
terrible que hace fotos
con una cámara de gas
con el único objetivo
de joderte la vida,

pero,

si eres valiente
y haces zoom
en la navidad del dosmilveinte
comprenderás que el rencor se deshace
a la velocidad del cometa que perdiste a los ocho
mientras que el amor sigue siendo esa playa en la que mamá apareció
al día siguiente con una nueva
y entonces, cuando te perdones,
cuando sepas que todo tiene un lugar y su justicia
verás que la memoria era ese sitio en el que solía nevar
pero en el que Polaroid significaba
abrigo
recuerdo
de que aunque pasaran años
acabarías devolviéndote el mes de abril.

Y lustros después
cuando la famélica nostalgia
acuda por las noches
y la serendipia que vengue a la inocencia perdida
te arrope con la capa del disfraz que heredarás
de mi armario impregnado
de florecillas rosas
sonreirás calentito
a sabiendas
a pesar
porque, mi vida, esto debía ser así
y de haber viajado al pasado no habrías podido
evitar
los rasguños, los insultos, la torpeza
ni la muerte de tu madre ni los cuentos que no te contó
para que fueras feliz
para que pudieras descubrir tú misma
que la magia del seis de enero era otra
distinta
que tú no eras otra
distinta
y que la máquina del tiempo sería
propia de un genocidio
pero que la memoria
también
la paz.

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