domingo, 7 de agosto de 2016

Reverso de la lista de invitados a mi entierro.

No queda sólo lo bueno. No me duele nada: ni las venas, ni el desprecio, ni una playa, ni el control de ciertas sustancias sobre mí.
No conozco. No extraño. No olvido un nombre ni una cara ni tampoco los recuerdo.
No me avergüenzo de los errores, ni de acumular los (menos favorecedores) errores (la risa, a veces).
No me enfada haber estado tan triste, ni me entristece haber estado tan enfadada.
No guardo tesoros en un baúl verde de conejo ni rencor. No creo en dios como en el hada madrina. No lloro el trofeo desvalijao, la carta de amor retractada, ni la sonrisa idiota.
No duermo. No despierto. No ardo. No cargo mi conciencia ni el móvil; ni las palas a 200, ni el iPod con eternas cantinelas ni en mi espalda con la culpa.
No engordo. No desaparezco. No me escondo ante la evidencia, el rechazo explícito ni el del cobarde, el proceso de ser una pardilla ni la duda sobre por qué me pasaron algunas cosas buenas. No espero grandes palabras, ni que llegue la primavera, ni que descubras entre mis cosas el cajón de las canicas. No declaro la guerra, sentimientos, rentas ni inocencia. No anhelo. No vomito mariposas ni cadáveres. No hago el esfuerzo, ni de tripas bombo y platillo, ni de corazón bombardeo; ni planes de ataque, ni de futuro, ni de los que vuelan en el cielo de una lengua opresora. No sueño con el Señor Patata, ni con el amor de mi vida, ni con la col de bruselas, ni que me comen arañas. No tengo miedo. No tengo saña. No tengo paciencia. No tengo ganas. No odio. No quiero. No perdono. No dejo de hacerlo.
No busco paz, ni éxito, ni crear escuela ni destruirla; ni proclamar propiedad privada mis decisiones, ni discutir si este pelo es sólo mío, o si mis ojos, o si mi cansancio... Ni sentirme halagada si alguien quiere a otra tal y como soy. No pego portazos, ni hostias, ni buenas respuestas en conversaciones inútiles. No pierdo. No borro. No mascullo. No revoleteo. No entiendo. No me importa.
No soy nadie ni me lo hago; ni la lista, ni la tonta, ni la pobrecita tuya, ni lo que decidió llamarme una de esas influencers con trillón de seguidores y verborrea acuosa.
No contesto. No me callo. No alardeo de herramientas, ni métodos, ni de tú te lo pierdes. No giro la cara ni la vuelvo ni vuelvo.
No veo, no oigo, no toco, no huelo, no sé.
No necesito luz, ni agua, ni hambre.
No me estoy muriendo.

Que la tierra os sea leve a vosotros.

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