miércoles, 16 de septiembre de 2020

19:03

Son las siete de la tarde,
la hora de vislumbrar perfectamente
los paisajes que no quisiste instagramear
porque mostraban mi cuerpo.

Quizá elegir un cuerpo sea tapiar ventanas
y no sólo cerrarse puertas.

Creo que te ensucio
en todo momento, en todos los lugares.
Te toco con las manos extremadamente secas.

Yo sí pude atraparte, 
con mi pelo fuerte
mi sonrisa perfecta.
Mi despuntante humor
de señorita experimentada
pero incauta, inocente, suave.
Era una fiesta que se extendía 
hasta por los días tranquilos.

Yo también estuve ahí.
Mordí lo frío, bailé la mitad del 2014,
y no siempre estuve tan delgada.

Aquellos errores que cometí
por las plazas de españa extranjeras
estaban absolutamente perdonados,
ocurrían demasiado al márgen,
demasiado a otro ritmo,
tan agitado que facilitaba la redención.

Dicen que el tiempo va pasando más rápido.
Sin embargo, yo siento que algo se ralentiza.

Todo lo de alrededor, que giraba 
veloz, raudo, vertiginoso
chisporroteante,
se va volviendo nítido 
y sólido
y pesado.

Es como comprobar que funcionan las leyes de la física.
Las estudiamos, las dimos por hecho; nunca las creímos
porque siempre existió Dios 
(nadie que haya sido feliz se ha librado de él).

He aprendido que los cuerpos son sólo de las mujeres;
entonces tal vez no podía atrapar a nadie
afuera.

Quizá elegir un cuerpo sea –en mitad de la intemperie–
levantar paredes
construir un hogar.

Ya no pienso en envejecer con quién: 
ahora sé que tendré que envejecer sola.

Que son mis manos las que toco
en todos los lugares, en todos los momentos.

Que las verbenas y las canciones,
aunque no sean escandalosas
son pasajeros
de un tren cuyo destino es descarrilar.

Que lo perenne es una hoja de ruta
que siempre me llevará por los mismos escarpados
huesos.

Yo nunca quise ser el final de una fiesta 
para alguien que no quería volver a casa.

Me lo he pasado bien, pero estoy cansada.
Dios está cansado.

Las vueltas que da la vida se están volviendo estáticas
y sólidas
y pesadas.

Tampoco creímos en las leyes de la bioquímica,
pero esas son exactamente las que nos explicaban.

Sigo siendo una veinteañera
a las siete de la tarde.

Crecer es ver cómo el mundo
va dejando de ser cierto
para ir volviéndose insultantemente real.

¿Dejaré de ensuciar? 

¿Dejaré de ser áspera?

¿Vendrá una vida que le haga justicia a esta?

¿Conseguiré ser más importante que la juventud?

No hay comentarios:

Publicar un comentario