domingo, 8 de noviembre de 2020

lejos

el sars-cov2, coronavirus, el enemigo ínfimo/invisible o como lo llaméis en vuestras horas más duras de carraspera, vino a nuestra vida sembrándola de enfermedad, una enfermedad mucho más ambiciosa de lo que hubiésemos imaginado. lo que trepana el pulmón perfora: posibilidades, trabajos, creencias, la paella de los domingos, las ganas de vivir, el control de lo autoinmune y por esto, entre otras cosas, las relaciones.

había que proteger la salud, no la de tu abuela o la de tu madre, no: la salud en bruto, la salud del estado, del continente; la salud del control, del sistema (hueco pero firme); la del siglo xxL que a todo el mundo le queda como embutido, ajustado, incómodo. había que legislar capeando el objetivo último irrevelable: la prohibición de relacionarse.

pero las relaciones son cornúpeta brava y nosotros: los que más, animalistas; y los que menos, antitaurinos.

como a todo el mundo: lo peor que se me ha dado en la vida ha sido relacionarme. siempre he odiado los dos besos de rigor y a las compañeras de la universidad que debían desayunar café, cigarrillo y plátano, y he sido brusca al escuchar que alguien abría el portal, encerrándome en el ascensor y marcando el piso como si viviera en el 112. y, como a todo el mundo: lo que mejor se me ha dado en la vida ha sido relacionarme. me he descubierto en las amigas; en los otros, que me salvaron de mí misma, y en los otros, que me salvaron de los otros. me he narrado en los paseos y divagaciones, y en el sol en la cara mientras me recitas poemas de miguel gane y nos reímos del asco, he encontrado mejores versiones en versiones compartidas y he cambiado la historia simplemente porque la escuchaste. echo de menos el mundo abierto al menos al nivel de los sims3 y los espejos múltiples que no me encerraban en la misma escena cada día, en el mismo destino cíclico y abollado. mi paciencia infinita (mi única prueba de ser una buena persona), mi voluntad para escuchar audios largos, la oportunidad de reconocerme en unos ojos más caídos (por supuesto) o de esperar con mi culo en los bordillos. echo de menos esperar cuando cualquier cosa puede aparecer, en cualquier momento.

pero he enfermado, y habéis enfermado, de un mal colateral que nos dio de frente. lo que perfora el pulmón atreviesa todo lo que estuviese detrás.

a veces sueño con que lo lejos que estamos, las pocas ganas que tengo de aguantaros, es sólo un viaje. como el año que nos fuimos de erasmus y luego volvimos y seguía todo igual. el típico viaje que nos enseña a vivir en otro sitio, para escupirnos irremediablemente de vuelta a casa. eso espero de las relaciones. como dijo irene: “que la gente no se tiene ni se pierde, que la gente se acerca o se aleja”. como vivió una generación entera que lo tuvo todo de los padres y que al extender sus propias manos no pudo agarrar nada, pero al contrario: que lo que soltemos también sea inasible.

que cuando todo esto quede atrás, aunque sea porque nos haya llevado por delante, y el destino vuelva a ser pletórico e incontemplable, nos sentemos a esperar con el culo en un bordillo y veamos, por esta vez, aproximarse algo que pensábamos que ya se había ido.


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